La palabra "Holocausto" nos trae a la memoria la inmensa cantidad de judíos exterminados por el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Por mucho que haya sido el sufrimiento experimentado por la comunidad judía, la verdad es que no fueron los únicos en pasar por una prueba semejante. De hecho, luego de la invasión a Polonia, tres millones de polacos no judíos (casi la misma cantidad de judíos polacos exterminados) fueron eliminados como parte del programa de limpieza étnica establecido por el Tercer Reich.
El odio que los nazis sentían por los eslavos era particularmente insidioso. Aunque establecieron alianzas con ucranianos, rumanos y húngaros (por conveniencia política temporal), la invasión a los países eslavos fue despiadada. Los ciudadanos comunes fueron rebajados a simples potenciales trabajadores esclavos, los que sin ninguna razón podían ser enviados a Alemania para trabajar hasta la muerte, en apoyo del esfuerzo bélico de Alemania. El trato que recibían era cruel e inhumano desde el principio, sólo superado por el que recibían los judíos, los gitanos (o romas) y los homosexuales.
Para nadie era un secreto que Hitler ansiaba conquistar para su Alemania aria el tan ansiado "espacio vital" (Lebensraum), y el territorio codiciado estaba ocupado por los Untermenschen (subhumanos). Por esa razón, Hitler ordenó a sus tropas que asesinaran sin misericordia a todo hombre, mujer y niño de ascendencia o lengua eslava, especialmente los polacos, si es que no podían aportar nada beneficioso al Tercer Reich.
La guerra se convirtió en una de aniquilación y no de simple conquista. Los nazis delinearon toda una política de exterminio de toda la raza eslava, y el experimento tuvo su inicio en Polonia. Políticos, sacerdotes, literatos, escritores, catedráticos, profesores y todo profesional polaco fue ejecutados sumariamente en los primeros meses de la invasión. Pero no sólo se eliminaba personas, tambien se buscaba erradicar todo vestigio de la cultura polaca. Iglesias, sinagogas, bibliotecas, edificios públicos emblemáticos, escuelas y universidades eran incendiados en ciudad tras ciudad. De hecho se calcula que los nazis quemaron alrededor de un millón de libros tan sólo en tres importantes ciudades polacas.
¿Por qué debiera interesarnos un acontecimiento tan lejano en el tiempo y el espacio? Porque lamentablemente la humanidad parece olvidar tanto los sucesos desagradables como las causas que le dieron origen. ¿Cómo pudo una nación tan culta, como la alemana, perpetrar tan espantosos crímenes? La razón principal es que el régimen nazi saturó a la población a una campaña de propaganda acerca de la supremacía de la raza aria y la inferioridad de todas las demás. Es triste decirlo, pero parece que la humanidad no ha aprendido la lección.
Aunque nunca se podrá conocer la cifra exacta se calcula que durante los doce años que duró el régimen nazi, al menos doce millones de personas perdieron la vida debido a la política de exterminio de los nazis, aparte de los diez millones de rusos masacrados por los alemanes luego de la invasión a ese país en 1941. La doctrina racial nazi extendió una red por toda la Europa ocupada, de la cual era casi imposible escapar. Estuvo tan cuidadosamente planificada que su éxito estuvo asegurado desde el principio. Y, lamenablmente, contó con la colaboración de muchas autoridades locales en los países conquistados, sea por simpatía con la ideología nazi, por temor al avance del comunismo bolchevique o simplemente por temor.
¿Puede volver a pasar un hecho tan espantoso como el Holocausto? Nadie puede asegurarlo con exactitud; pero, especialmente en Europa, las constante muestras de discriminación y racismo en contra de minorías no blancas debería preocuparnos y movernos a revisar nuestra propia postura y creencias al respecto. ¿Será que acaso podamos ser víctimas de una propaganda similar que envileció a una entera nación como la alemana hace pocos años atrás? Nada nos asegura que ya no estemos siendo envenenados de alguna forma para adquirir prejuicios en contra de alguna raza o grupo que no cuente con nuestra simpatía. Las consecuencias podrían ser igual de horripilantes como la impresión que nos causa el Holocausto de los años cuarenta del siglo pasado.
Lo acontecido en La antigua Yugoslavia durante las guerras de los años 90, las matanzas raciales en Ruanda, el exterminio ordenado por Sadamm Hussein en contra de los kurdos, la represión de los chechenos y los tamiles, son algunos de los episodios más recientes y dolorosos de la discriminación étnica, que todavía asola a la humanidad.