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jueves, 17 de septiembre de 2009

Hasta muy pronto, Fernando Aguayo


Por Joseph Mac Lean

Ayer, 16 de septiembre, se apagó la vida de Fernando Aguayo, un amigo de casi 40 años y destacado técnico de vóleibol del Perú. Como suele suceder en todo sepelio, una variedad de emociones y recuerdos se entremezclan, dejándolo a uno perplejo ante el misterio de la muerte. Claro está, que al morir, surgen en la mente las bondades y cualidades de una persona, cosa que a Fernando le sobraban y que puso a disposición en lo que fue la misión de su vida: el vóleibol.

Conocí a Fernando una calurosa mañana en enero de 1970, siendo él profesor del Colegio Peruano-Chino Juan XXIII, cuando con un grupo de entusiastas chiquillos de Breña fuimos allí para lo que pensábamos sería una mañana simplemente divertida. Descubrimos "otro mundo", otra forma de entender el deporte. Pero en realidad, ya lo conocía de unos años atrás, cuando, con mis bisoños ojos de un jovencito de 13 años, vi la final de la Liga Masculina de Vóleibol de Lima, entre Regatas Lima y el Divino Maestro. Quedé impresionado por la maestría de juego de Fernando, Mario Rivas, el "Chino" Elías (por ese tiempo también profesores del Juan XXII) y de Coco Alva, para alzarse con el triunfo por tres sets a dos.

Poco me imaginaba que mi vida se enriquecería de un modo tan pleno, al integrar poco tiempo después, la plantilla de asistentes del Divino Maestro, por lo que pasé muchas horas con, no sólo el técnico Aguayo, sino con el amigo Fernando. Viajamos a provincias en algunas oportunidades, asistíamos a diversos campeonatos y conversábamos ampliamente de diversos temas, pues él admiraba la versatilidad con que yo manejaba diversas disciplinas del saber, y me alentaba a continuar cultivándome, pero a veces lo sacaba de quicio con lo que él titulaba como mis "necedades", por lo general temas religiosos.

El tiempo, que pasa veloz, nos fue alejando en la senda de la vida, y por un tiempo, al dedicarme a otras actividades ajenas al vóleibol; pero eso no impidió que ocasionalmente nos reuniésemos para tener una que otra amena charla, sea en su casa, o en el local del Colegio Divino Maestro, en la calle Amargura (hoy Jr. Camaná) en el centro de Lima. Pero, lo que sí valoro y agradezco es que Fernando Aguayo era firme en lo que él amaba, que no sólo era el vóleibol por supuesto. Él se quedó a seguir enseñando en el "Divino Maestro", yo elegí dejarme enseñar por Él, desde el momento en que decidí concentrarme en una sola actividad y no dispersar mi tiempo y energías, como Fernando mismo hacía.

Hace poco, hicimos un viaje a Ica, y nuevamente él, con su peculiar forma de ser, me ayudó a concentrarme en la vida y en las cosas buenas que todavía tenía, y lo feliz que había sido mi vida. Meditando largamente en sus palabras, decidí tomar nuevamente las riendas de mi vida y hacer lo que debía hacer: cumplir mi misión en esta vida, como él ha completado la suya ya.

No estuve mucho tiempo a su lado en estos últimos meses, pero las cortas visitas que le hice, dejaron ver que nuestra amistad, con sus sempiternos "baches", estaba intacta. Ayer, y hoy al estar en su sepelio rodeado de tanta gente vinculada al vóleibol (a algunas no veía casi 30 años), agradecí por esos años maravillosos en que labré amistades entrañables, cuyo aprecio y cariño, al parecer, no he perdido, y que conservo intactos. Sentí, aunque con la pena propia del momento, una gratitud inmensa por aquel que yacía "dormido en la muerte" (sólo por un corto tiempo), pues al depositar en mí su confianza y permitirme colaborar modestamente en la formación de algunas futuras estrellas del vóleibol mundial, me sentí ampliamente complacido. Lo curioso es que al reencontrarnos, parecía que fuese ayer o muy recientemente que no habíamos visto; sonrisas, abrazos tiernos, muchos recuerdos y mi admiración por lo que esas chiquillas de entonces han llegado a ser, una mujeres plenas de triunfos no sólo deportivos.

Ya descansas en paz , amigo Fernando, pero sé que nos encontraremos muy pronto y he de verte feliz, sano y con esas energías y ganas de vivir que manifestaste hasta tus últimos días. Me di cuenta que no hubo lágrimas, sino incluso una sutil calma y resignación, no por tu partida por supuesto, sino por aquello que infundiste en tus pupilas y amigos: alegría de vivir y pasión por lo que uno hace. Yo te imito, aunque en actividades distintas a las tuyas. Sé que ya no me escuchas, y muchas de estas cosas debí decírtelas mientras aún podías oírlas, pero quería expresar simplemente mi gratitud a uno de los pilares de mi formación juvenil: Fernando Basilio Aguayo Saravia... nos vemos más pronto de lo que esperas. Vaya a ti mi gratitud eterna.