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lunes, 21 de septiembre de 2009

1939: La venganza de Hitler, libro de David Soler


Cuando el armisticio de 1918 entre los Aliados y la República Alemana, Adolf Hitler yacía herido y medio ciego en un hospital de Pomerania. Había sido un cabo valeroso en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y recibía un tratamiento médico para soldados gaseados. Después de conocer la derrota, escribió: "La noche cayó ante mis ojos y, a tientas, a tropezones, regresé al dormitorio y hundí mi cabeza ardiente bajo la manta y la almohada".

El historiador David Solar, que ya ha escrito una biografía del personaje, presenta ahora 1939. La venganza de Hitler (La esfera de los libros). Solar dice de él que era un "hombre desesperado". El libro trata de vivificar los primeros pasos hacia la culminación de esa desesperación, inyectada a todo el mundo con las maneras histriónicas del nazismo, de la guerra.

Aparte del aniversario, y de la oportunidad de las fechas, al autor trae a colación un pánico muy concreto del año 39. En primer lugar, es el año de un pulso moral. Hitler era la boa que, en palabras de Churchill, hacía la digestión de territorios. La inquietud era una red eléctrica internacional que sacudía todas las embajadas. "En Europa no hay respeto, sólo hay miedo", dijo Hitler como intuyendo algo.

Se había comido Austria, los Sudetes, después los protectorados de Eslovaquia, Bohemia-Moravia. El Führer miraba hacia Danzig como otro pedazo que cobrarse del agravio de Versalles, origen y larva de la venganza del hombre desesperado. Leitmotiv también del cuadro nervioso que nos pinta ahora Solar, que tiene la virtud de contar lo pasado como si fuera de ahora, como si fuese inminente.

Pero, nos recuerda el autor, Hitler estaba "aterrado ante la posibilidad de dos frentes. Y se lo hubiese pensado mucho si no hubiese contado con el pacto con la URSS". El Pacto Ribbentrop-Molotov, del 23 de agosto de ese año dio vía libre. Durante los primeros 3 días de septiembr, la Wehrmacht avanzó su guerra relámpago hasta el corredor de Danzig. El 17 la URSS embistió a los polacos desde Oriente.

El ejército alemán no confiaba en su gloria hasta que se arrasó a la atrasada caballería polaca. Con las declaraciones de guerra desde Londres y París, la bravata se hacía más seria. Solar cuenta como los generales no estaban tan seguros de las escala que adquiría el duelo. Von Brauchitsch y Franz Halder, jefes de la Wehrmacht y del Estado Mayor respectivamente, pretendieron retrasar la operación de Francia (el 'Plan Amarillo') y fueron ninguneados. Justamente esa fue la maniobra alemana más brillante de la guerra, según Solar, y Hitler, el cabo de la guerra del 14, alcanzaría su Olimpo.

Pero su venganza se extendía a todos los que propiciaron la derrota aquella, los traidores internos. No era sólo Francia, eran, como es sabido, los comunistas y los judíos (aunque se puede ser ambas cosas simultáneamente). "A Hitler no le dejó ninguna novia judía, no le arruinó ningún negociante judío", explica el historiador. Aquella fijación tenía un punto de gratuito, pero según opina, el antisemitismo fue una fiebre suya que fue afilando crecientemente según apreciaba el éxito popular que tenía.

El preludio español

Además David Solar hace un puente en su libro, y cuenta el papel del Tercer Reich en la sangría de España, que iba a dar el relevo a todo el resto. Frente a eso que se habla de ensayo militar de la Segunda Guerra Mundial en la península, Solar le concede de una minúscula relevancia internacional. "Los alemanes no aprendieron nada aquí", explica. El bombardeo de Guernica, tan famoso, que dejó un centenar y pico de muertos, no fue un antes y un después en semejante técnica de matar. El autor considera que, por ejemplo, los bombardeos y gaseos que el ejército británico precipitaba sobre los kurdos desde 1922, ya habían explorado estos cauces mortíferos del cielo en llamas. Madrid y Barcelona, a su lado, fueron mucho más maltratadas. Y no hay punto de comparación con pulverizaciones de decenas de miles de muertos como la de Varsovia, y luego Dresde y Hamburgo. Por su parte, aparte de técnicas de represión, los soviéticos no aportaron demasiado. Ni los italianos.

Empezaban las tempestades de acero y la guerra blindada poco tenía que aprender de nuestro zafarrancho. Hitler en 1939 pasaba de los miedos a la certeza de algo que, felizmente, al final no iba a resultar. Era el año del inicio de la guerra submarina y del camino a la dominación mundial, el año que abría un proyecto desesperado y desproporcionado, largamente larvado, desde aquel hospital de soldados de Pomerania. Algo que pensaría bajo la almohada. Es complicado que la ficción pueda proponer una historia más apasionante.



(Fuente -texto e imagen-: ElMundo.es)