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miércoles, 2 de septiembre de 2009

La dicha eterna de hacer una siesta


Por: Joseph Mac Lean

En una sociedad tan agitada, industrializada y materialista muy pocos ven con buenos ojos a quienes, de vez en cuando, duermen la siesta. La mayoría de personas renuncia a este privilegio y gozo tan peculiar, ¿a cambio de qué?. La verdad que lo que se obtiene es de muy escaso valor comparado con la delicia de una siesta. Por supuesto, hay momento en que "echar una pestañita" es contraproducente: si estamos conduciendo un vehículo, si realizamos alguna tarea de riesgo, o estamos cuidando de un enfermo o un niño pequeño, o simplemente trabajando, o en alguna otra actividad seria, que requiere atención y concentración.

La falta de sueño es una epidemia mundial que no sólo causa toda clase de accidentes, también acorta la vida. Se está perdiendo la costumbre de dormir (en especial por las noches) las 7 u 8 horas de sueño continuado. Por eso se hace tan necesaria la siesta, ojo, he dicho siesta, de unos 15 a treinta minutos por las tardes. Todo apunta de que hemos sido creados para hacer siestas.

Yo soy un dormilón impenitente, pero no por eso soy improductivo. Cada vez que puedo (y quiero) hago una siesta que combino con la lectura de un libro o revista interesante de valor cultural o espiritual. A veces antes o después de una siesta, escribo algunas cartas, medito, oro o repaso las actividades pendientes de la semana (o de mi vida). Claro, lo mejor es dormir en su propia cama, pero cualquier lugar (autobús, salas de espera, el suelo, un sofá, la oficina de un amigo o la nuestra, incluso una apacible biblioteca, los muesos, etc.) puede ser apropiado para una buena siesta.

Es todo una delicia y motivo de envidia de los otros mortales el entregarse en brazos de Morfeo, sobretodo cuando uno debería estar haciendo cualquier otra cosa. Pocos otros placeres son tan beneficiosos para la salud. Sir Winston Churchil dormía la siesta todas las tardes, aun en pleno auge de la Segunda Guerra Mundial; Napoleón, en el campo de batalla, hacía una pausa para dormir; y los presidentes Johnson y Kennedy eran siesteros consumados. Y nadie puede decir que no eran productivos. De ellos, Churchill y Johnson alcanzaron una edad avanzada en plenitud de sus facultades; los otros dos murieron prematuramente en condiciones trágicas que todos conocemos, si no hubiesen llegado a viejos, con toda probabilidad.

Busque momentos para dormir en el trabajo, la escuela, en toda ocasión. Pero no se sobrepase. Por lo general, los extremos son siempre perjudiciales. La siesta ideal es breve, un promedio de 30 minutos, si usted está saludable. Si duerme más de eso, puede ser un síntoma revelador de algún problema de salud, y debe de inmediato consultar a su médico.
¿No es acaso la siesta verdaderamente útil? ¿Me entendió? !Hey!... ¡Ah! De seguro ya se quedó dormido...¡Buen provecho! Nos vemos en 30 minutos... si es que no estoy yo haciendo mi siesta.