Por Joseph Mac Lean
Imagínese que usted entra en una prestigiosa universidad norteamericana o europea y ve colgando de una pared la imagen de Adolfo Hitler. De veras quedaría sorpendido, ¿verdad? Pero, ¿cuál es la diferencia entre Fürher y José Stalin, el líder soviético durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Por qué la historia le trata con más beneplácito que a su homólogo alemán, si tuvo las manos tan (o más) manchadas que aquél?
El hecho de que Stalin saliese más airoso que Hitler nos demuestra que la historia es un asunto (y propaganda) que menejan los vencedores a su antojo. Las sospechas y paranoias del líder soviético condenaron a la tortura y a la muerte a millones de individuos totalmente inocentes, la mayoría eran sus propios conciudadanos. Cualquiera que tenga un conocimiento mínimo sobre Stalin sin duda sabrá de su naturaleza monstruosa.
Para nadie es un secreto que, a pesar de lo odiada que era la política soviética, Stalin era un aliado muy conveniente a las potencias occidentales enfrascadas en detener el avance del nazismo en Europa y el imperialismo del Japón. (Que chiste: las potencias imperialistas occidentales tratando de detener el expansionismo del Japón en la propia Asia).
No es raro encontrar en la prensa occidental artículos que se muestran decididamente a favor de los esfuerzos soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. Es más, en Estados Unidos, en la edición de enero de 1943 la revista Time publicó en la portada la imagen de Stalin como "Hombre del año" de 1942. "1942 fue un año de sangre y fuerza", decía la revista. "El hombre cuyo nombre significa acero en ruso, cuyas escasas palabras en inglés incluyen la expresión estadounidense "tough guy" (chico duro) fue el hombre de 1942... Los métodos de Stalin fueron duros, pero valieron la pena".
Más adelante, en otro artículo aún más positivo, la revista Life (marzo 1943) describía a la Unión Soviética como una nación "casi igual que Estados Unidos", con gente que "parece estadounidense, se viste como los estadounidenses y piensa como los estadounidenses". Además, en él se calificaba a la tristemente célebre policía secreta de Stalin, la NKVD (predecesora de la KGB), como "una policía nacional similar al FBI".
La prensa de entonces, así como mucha de la actual, se esfurzan por presentar a Stalin como una figura paternal, un hombre gigante responsable de la tan ansiada industrialización de su nación, pasando por alto las temibles purgas, las deportaciones a Siberia que soportaron miles y miles de sus ciudadanos por largo tiempo.
La prensa de entonces, así como mucha de la actual, se esfurzan por presentar a Stalin como una figura paternal, un hombre gigante responsable de la tan ansiada industrialización de su nación, pasando por alto las temibles purgas, las deportaciones a Siberia que soportaron miles y miles de sus ciudadanos por largo tiempo.
Habría que ser demasiado ingenuo para pensar que los gobiernos occidentales desconocían las actividades funestas de Hitler y de Stalin. Claro que las conocías. No sólo sabían ya en 1940 de la brutalidad con que las fuerzas estalinistas se comportaban en los territorios ocupados, sino que además el entonces presidente de EE.UU., Franklin Roosevelt, y el primer ministro británico Winston Churchill llegaron incluso a suprimir la información que denunciaba el hecho de que Stalin y su policía secreta habían orquestado un asesinato masivo: el de la muerte de miles de oficiales polacos en la masacre del bosque de Katyn.
Por supuesto, no es difícil entender por qué los líderes políticos de EE.UU. y Reino Unido sintieron que tenían que dar una imagen positiva de Stalin y de la Unión Soviética, sus aliados vitales en sus esfuerzos bélicos. Necesitaban urgentemente la participación decisiva del Ejército Rojo.
Al terminar las acciones bélicas, oficiales y especialistas soviéticos se unieron a los franceses, británicos y estadounidenses en el famoso Juicio de Nüremberg, donde se reveló, juzgó y sentenció a muchos jerarcas nazis por sus crímenes de lesa humanidad. Algunos de ellos fueron ejecutados, sólo unos pocos exonerados y otros pasaron largas condenas en prisión. Sin embargo, si habría de medir con la misma vara de justicia, ¿cuántos generales, oficiales y soldados comunes soviéticos escaparían de un juicio y sentencias similares a las decretadas en Nüremberg?
La Historia está allí para ser repasada, una y otra vez, a fin de sacar conclusiones lo más acertadas posibles y no repetir (cosa ilusa) los errores del pasado. Hoy el mundo se enfrenta a mayores catástrofes de toda índole, pero no puede darle la espalda, deliberadamente o no, a la peor guerra que los seres humanos han librado hasta hoy.
Cuanto bien hace meditar en el desacierto de la gobernación humana en su conjunto, sin importar la época que se analice, trátese de monarquías, dictaduras, democracias o cualquier otra forma que adopte el gobierno de turno de una nación o del imperio dominante de turno en la escena mundial. Más allá de la admiración comprensible por los logros tecnológicos o arquitectónicos, la mayoría de las potencias mundiales han basado su prosperidad en la subyugación de otros pueblos, sino del suyo propio.