Hace poco leí un encuesta hecha a nivel mundial (el "Índice de Planeta Feliz"), en la que se mostraba que los habitantes de Vanuatu, en el Océano Pacífico, eran los seres más contentos del planeta. A continuación, ocupando el segundo lugar, está Colombia, un país vecino nuestro. Otras naciones latinoamericanas ocupaban los primeros lugares (Costa Rica, Panamá, Cuba, Honduras, Guatemala y El Salvador).
El estudio nos habla de los niveles de consumo, expectativa de vida y felicidad, en vez de medidas de riqueza económica nacional como el PIB. La encuesta fue adelantada por el centro de investigación New Economics Foundation (Nef).
No importa el tamaño
En los últimos lugares se encuentra el Reino Unido de la Gran Bretaña, cuya economía es enorme y consume enormes cantidades de los cada vez más escasos recursos del planeta. En contraste, Vanuatu apenas supera los 200,000 habitantes. La encuesta nos dice que los británicos son mucho menos felices que los colombianos y muchos latinoamericanos, cuyas economías, en comparación, son muy pequeñas. Esto demuestra que el bienestar no está necesariamente conectado con el alto consumo. Sin embargo, la publicidad que nos bombardea todos los días (porque se lo permitimos) intenta decirnos todo lo contrario. Con poco es posible todavía vivir una vida larga y satisfaciente.
¿Qué hay de los otros países ricos? Bueno, la verdad es que no les va muy bien. Por ejemplo, Alemania está en el puesto 81, el Japón en el 95 y los Estados Unidos el 150. Parece ser que la riqueza tiene que ver muy poco con la genuina felicidad.
¿Cuál es la clave entonces?
Siempre se tiende a pensar que la felicidad radica en tenerlo todo, aunque esto sea un absurdo. Aunque lo tuviésemos todo, jamás podríamos disfrutar de todo aquello que poseemos. De hecho, uno sólo necesita un lugar seguro, limpio y acogedor para vivir, tres comidas al día, suficiente agua, algo provechoso que hacer y mucho amor. Cuan clara es la amonestación bíblica: "Teniendo sustento y con qué cubrirnos deberíamos estar contentos con esas cosas". Una vida plena de logros materiales y muchas actividades recreativas nos dejará agotados, frustrados y deprimidos la mayor de las veces. El deporte, el baile y los viajes continuos son provechosos para poco, pues nos agotan y demandan que gastemos recursos que podríamos dedicar a otras actividades menos costosas y que nos brindarán un mayor grado de satisfacción personal. No es extraño que en las naciones ricas ocurran el mayor número de suicidios, delitos y se alcancen altos índices de depresión y cáncer.
No es casualidad tampoco, que consciente o inconscientemente la mayoría de naciones tienen altas tasas de impuestos para el que más renta gana. Es una manera velada de decirnos: "Te afanas más, y me llevo la mayor parte. Así que no se mate trabajando y sea feliz". Hoy se están adoptando medidas laborales para restringir el sobretiempo u horas extras, y en algunos países, como en Alemania, por ejemplo, se otorgan permisos prolongados para que los varones puedan quedarse más tiempo en casa y atender mejor a sus hijos, si que se vean menguados sus ingresos salariales.
Por supuesto, en este mundo moderno, una medida aceptable de ingreso económico es deseable y muy necesaria. Tampoco la extrema pobreza da origen a un estado placentero permanente; esa es otra burda mentira. Con razón otro proverbio bíblico dice: "No me des probreza ni riquezas". Alcanzar el equilibrio personal es lo deseable. Para disfrutar de la vida, uno tiene que ser saludable; entonces, se requiere buena alimentación y cuidados médicos constantes. Y todo eso cuesta dinero, por supuesto.
La importancia de los valores
El Gran Maestro una vez dijo: "Felices son los que están conscientes de su necesidad espiritual, porque a ellos pertenece el reino de los cielos". Y, como siempre, cuanta verdad encierran esas palabras. Por algo, la gente muy espiritual generalmente es mucho más feliz. De hecho, las personas con valores y que respetan los principios divinos, aunque no sean perfectos, pueden contar con el favor de Dios, quien les da su espíritu santo. El segundo rasgo del fruto de dicho espíritu es... el gozo, un estado permanente de satisfacción interna que no lo brinda ninguna otra cosa.
Secreta o abiertamente, siempre la persona íntegra, honesta, recibe el aprecio y el respeto de todos tarde o temprano. Uno busca a esas personas para que sean sus amigos, y algunos lo son por toda una vida... ¿qué mayor gozo puede haber? Poder sentarse con un amigo y conversar abiertamente de cualquier cosa, en la confianza de que él no te juzgará injustamente, ni te exigirá detalladas explicaciones, ni sentirá una envidia destructiva. Eso es algo que no lo conseguimos ni con todo el oro del mundo. Pero la amistad genuina demanda de valores elevados, caso contrario se vuelve complicidad, que nada bueno trae a la larga.
Así que si está pensando mucho en cómo realmente ser feliz, no piense en acumular mucha riqueza. Nunca podremos tener todo lo que nuestro corazón ansía. Aprendamos a bastarnos con lo que tenemos, atesorándolo de modo que no lo perdamos. A menudo, los que van en procura de las riquezas, debido a ese amor al dinero, hallan todo, menos la felicidad y terminan acribillados de muchos dolores.