Por Joseph Mac Lean
Sumaremos 7.000 millones de habitantes en 2012 y 9.000 en 2050 - El problema no es la fecundidad, que ya se está frenando, sino la fatal distribución de recursos
Cuando en cualquier ocasión surge en la conversación el tema del hambre mundial, no pocas personas piensan que somos demasiados humanos sobre la Tierra. De hecho, se dice que en 2012 alcanzaremos la cifra de 7 mil millones de seres humanos, y, de no mediar alguna efectiva campaña mundial de anticoncepción, para 2050 podríamos llegar a 11 mill millones (aunque las mejores estimaciones dicen que no superará los 9 mill millones). Luego, se suele mencionar que la mayoría de estos nuevos habitantes provienen de países pobres en donde la crisis alimentaria es espantosa, por decir lo menos. Es el caso de Níger, Somalia y Uganda, cuyas poblaciones se elevarán hasta en un 150% en los próximos 40 años. En cambio, la población de los países desarrollados se mantendrá prácticamente igual; disminuirá en algunos casos. El 98% de la nueva población vivirá, entonces, en países pobres. ¿Tendrán suficiente espacio y alimento?
Paradójicamente la tasa de natalidad a nivel mundial ha dismuído en 50%, mientras la producción de alimentos ha crecido hasta en un 70%. Por eso, cabe preguntarse: ¿cuál es el verdadero problema? Desde hace 200 años se viene anunciando que llegará el día en que los alimentos serán insuficientes para abastecer adecuadamente a la población humana. Ya Thomas Malthus lo advertía en su célebre Ensayo. Hoy, no son pocas las autoridades y expertos que apuntan en el mismo sentido. Pero, parece que no les preocupa tanto la suficiencia de alimentos, sino las emisiones de gases efecto invernadero, cuyo impacto sería terrible para la Tierra. El consumo de una persona en EE UU emite 20 toneladas de dióxido de carbono cada año; el equivalente de dos europeos, cuatro chinos, diez hindúes o 20 africanos. El 80% de la población pagaría las consecuencias económicas y ambientales del consumo de un 20%. Stephen Pacala, director del Instituto Ambiental de la Universidad de Princeton (EE UU), calcula que los 500.000 habitantes más ricos del mundo -cerca de un 0,7% de la población actual- son responsables del 50% de las emisiones de dióxido de carbono del mundo.
De otro lado, en lo que sí coinciden muchos, y yo entre ellos, es que el problema radica principalmente en la mala distribución de los recursos. El científico y escritor británico Fred Pearce opina que el problema no está en cuántos somos, sino en la manera en que repartimos los recursos. "Es evidente que el problema es el consumo excesivo de los países desarrollados y no la sobrepoblación de los más pobres", afirma.
Y la situación no hará sino agravarse en los próximos años. "El reto es, en realidad, que los recursos se repartan de una manera más equitativa. Los efectos sobre el medio ambiente son extremadamente difíciles de revertir a través de las tasas de natalidad", advierte Pearce. "Aun si redujéramos a cero la fertilidad en el mundo, las emisiones de gases con efecto invernadero deberían rebajarse, por lo menos, un 50% para mediados de siglo", explica.
El asunto es que en los países pobres, aparte de los directos efectos del cambio climático, se agrega la lucha por conseguir alimentos. El hambre sigue siendo la causa directa o indirecta del 58% del total de muertes en el mundo, según un estudio de la ONU difundido en 2004. ¿Y la desnutrición? Un efecto secundario, pero no menos pernicioso, es que si bien mucha gente recibe una cantidad suficiente de alimentos, estos no tienen toda la carga nutricional que se requiere; lo que equivale a una disminución en la calidad de vida y pérdida de oportunidades de progreso. En muchos países pobres, mientras la población pasa hambre y mueren por millares, sus gobiernos venden la mayor parte de la producción alimentaria a países ricos a cambio de armas o artefactos para una minoría provilegiada. Basta recordar la matanza de los años treinta decretada por la cúpula soviética en contra de Ucrania: Siete millones de campesinos ucranianos murieron literalmente de hambre, mientras el grano confiscado de excelente calidad fue vendido a Los Estados Unidos. Con las ganancias, Stalin pudo implementar su nueva estructura indutrial convencido que pronto habría de enfrentar a la Alemania nazi. Un repaso de la historia de casos similares confirma que, adrede o no, es la mala distribución de alimentos lo que causa tanto sufrimiento y no la cantidad de habitantes.
Y la situación no hará sino agravarse en los próximos años. "El reto es, en realidad, que los recursos se repartan de una manera más equitativa. Los efectos sobre el medio ambiente son extremadamente difíciles de revertir a través de las tasas de natalidad", advierte Pearce. "Aun si redujéramos a cero la fertilidad en el mundo, las emisiones de gases con efecto invernadero deberían rebajarse, por lo menos, un 50% para mediados de siglo", explica.
El asunto es que en los países pobres, aparte de los directos efectos del cambio climático, se agrega la lucha por conseguir alimentos. El hambre sigue siendo la causa directa o indirecta del 58% del total de muertes en el mundo, según un estudio de la ONU difundido en 2004. ¿Y la desnutrición? Un efecto secundario, pero no menos pernicioso, es que si bien mucha gente recibe una cantidad suficiente de alimentos, estos no tienen toda la carga nutricional que se requiere; lo que equivale a una disminución en la calidad de vida y pérdida de oportunidades de progreso. En muchos países pobres, mientras la población pasa hambre y mueren por millares, sus gobiernos venden la mayor parte de la producción alimentaria a países ricos a cambio de armas o artefactos para una minoría provilegiada. Basta recordar la matanza de los años treinta decretada por la cúpula soviética en contra de Ucrania: Siete millones de campesinos ucranianos murieron literalmente de hambre, mientras el grano confiscado de excelente calidad fue vendido a Los Estados Unidos. Con las ganancias, Stalin pudo implementar su nueva estructura indutrial convencido que pronto habría de enfrentar a la Alemania nazi. Un repaso de la historia de casos similares confirma que, adrede o no, es la mala distribución de alimentos lo que causa tanto sufrimiento y no la cantidad de habitantes.
Otra factor a tomar en cuenta es que mientras en los países pobres la alimentación es básicamente vegetariana, en los países ricos la dieta consiste en comida que come vegetales. Para producir un kilo de carne son necesarios, por lo menos, 10 kilos de pasto. Un estadounidense promedio consume 120 kilos de carne al año; mientras que en los países en vías de desarrollo, el promedio es de 28 kilos. "La cooperación marcaría una diferencia significativa", según afirma Stephen Pacala. "Las hambrunas se deben, en la mayoría de las ocasiones, al pobre desarrollo de los países y a que la producción ha sido insuficiente", comenta. La falta de tecnologías que desarrollen la agricultura en los países menos desarrollados y los efectos de la crisis económica global empeora las circunstancias.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO, en inglés) advirtió en 2008 que el gasto anual en alimentos importados en los países más pobres podría suponer cuatro veces más que en 2000. "Para los consumidores más pobres, que gastan un 60% de su gasto habitual en comida, el aumento significa un golpe brutal para sus finanzas", observa el informe. La FAO también señala que para combatir el hambre, el mundo debe producir en 2050 un 70% más de alimentos que en la actualidad.
No es nada nuevo
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO, en inglés) advirtió en 2008 que el gasto anual en alimentos importados en los países más pobres podría suponer cuatro veces más que en 2000. "Para los consumidores más pobres, que gastan un 60% de su gasto habitual en comida, el aumento significa un golpe brutal para sus finanzas", observa el informe. La FAO también señala que para combatir el hambre, el mundo debe producir en 2050 un 70% más de alimentos que en la actualidad.
No es nada nuevo
El reto no es nuevo. La llamada revolución verde consiguió duplicar la producción de alimentos entre 1960 y 1990. Y, en la actualidad, aún existe un 60% de tierra fértil en el mundo. ¿Pero qué garantiza a los países pobres un desarrollo sostenible en los próximos años? Pearce y Pacala coinciden que un buen inicio es la inversión. Un informe del Ministerio de Desarrollo Británico calculó en 2008 que para reducir el hambre en el mundo serían necesarios, por lo menos, unos 900 millones de libras (unos 987 millones de euros) para garantizar el desarrollo y las tecnologías necesarias para favorecer la agricultura en los países más pobres.
El presupuesto de la FAO sumó en 2008 unos 870 millones de dólares (unos 580 millones de euros). En 2009 ascendió ligeramente, hasta 930 millones de dólares (unos 626 millones de euros). Al comparar la cifra con los 700.000 millones de dólares (471.000 millones de euros al tipo de cambio actual) que el Gobierno de EE UU destinó para evitar la quiebra del banco de inversión Bear Stearns, las hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae y la aseguradora AIG en septiembre del año pasado. El presupuesto mundial dedicado a combatir el hambre apenas representa un 2% de esa cifra.
Los líderes reunidos en la reciente cumbre del G-20 celebrada en Pittsburgh en septiembre pasado acordaron destinar unos 2.000 millones de dólares (1.370 millones de euros) a ayudas para combatir el hambre del mundo, pero un estudio publicado por el Instituto Internacional para la Investigación de Políticas Agrarias difundido en octubre señala que es insuficiente. "Son necesarios al menos unos 7.000 millones de dólares [unos 4.710 millones de euros] al año para la investigación agropecuaria y la mejora de la infraestructura rural en los países. De continuar con una política que privilegie las ganancias, las consecuencias serán desastrosas", advierte Gerard Nelson, uno de los autores del informe.
La prioridad para resolver el hambre, un grave efecto de la mala repartición de recursos en el mundo tampoco es nueva. Preguntado en 1972 en una entrevista con Dick Cavett sobre los efectos de la sobrepoblación, John Lennon fue claro en definir el primer paso: "Tenemos suficiente comida y dinero para alimentar a todos. Hay suficiente espacio, y algunos hasta van a la Luna".
El presupuesto de la FAO sumó en 2008 unos 870 millones de dólares (unos 580 millones de euros). En 2009 ascendió ligeramente, hasta 930 millones de dólares (unos 626 millones de euros). Al comparar la cifra con los 700.000 millones de dólares (471.000 millones de euros al tipo de cambio actual) que el Gobierno de EE UU destinó para evitar la quiebra del banco de inversión Bear Stearns, las hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae y la aseguradora AIG en septiembre del año pasado. El presupuesto mundial dedicado a combatir el hambre apenas representa un 2% de esa cifra.
Los líderes reunidos en la reciente cumbre del G-20 celebrada en Pittsburgh en septiembre pasado acordaron destinar unos 2.000 millones de dólares (1.370 millones de euros) a ayudas para combatir el hambre del mundo, pero un estudio publicado por el Instituto Internacional para la Investigación de Políticas Agrarias difundido en octubre señala que es insuficiente. "Son necesarios al menos unos 7.000 millones de dólares [unos 4.710 millones de euros] al año para la investigación agropecuaria y la mejora de la infraestructura rural en los países. De continuar con una política que privilegie las ganancias, las consecuencias serán desastrosas", advierte Gerard Nelson, uno de los autores del informe.
La prioridad para resolver el hambre, un grave efecto de la mala repartición de recursos en el mundo tampoco es nueva. Preguntado en 1972 en una entrevista con Dick Cavett sobre los efectos de la sobrepoblación, John Lennon fue claro en definir el primer paso: "Tenemos suficiente comida y dinero para alimentar a todos. Hay suficiente espacio, y algunos hasta van a la Luna".
¿Qué se reuiere en realidad?
La verdad es que este es otro de los problemas sin solución para los gobiernos humanos. Se requiere una educación de alcance multinacional que mueva verdaderamente las conciencias de cada habitante de este planeta para alcanzar un equilibrio entre población y la distribución del alimento que precisa, no sólo para sostenerse, sino para alcanzar el potencial que le ayude a alcanzar la plenitud del disfrute de estar vivo.
Como los expertos apuntan, los políticos, científicos y filósofos saben las soluciones prácticas, pero muchos no están dispuestos a aplicarlas por conveniencias geopolíticas o mercantilistas. Su escala de valores, adormecidas por religiones milenarias, los han enceguecido a tal punto que no perciben que la ruina de otras naciones significará su propia ruina a la larga. Mientras muchos líderes políticos y religiosos viven en lujo desvergonzado, mientras publican la abnegación y el sacrificio para otros, millones de seres humanos están a punto de terminar su vida en condiciones deplorables. Los que sobreviven, si a eso se puede llamar supervivencia, no ven con esperanza el futuro. Nadie sobre esta Tierra les puee prometer y asegurar un fin inmediato a sus males.
Personas bien intencionadas a menudo se agrupan para llevar alguna clase de alivio, pero el problema sobrepasa sus esfuerzos y a veces sus buenas intenciones son entorpecidas por autoridades corruptas o comerciantes avaros que lucran con el dolor y la miseria humana. Eso no es nada nuevo en la historia del hombre, una prueba más del fracaso de la gobernación humana. Otras personas, en cambio, levantan los hombros y se desentienden del problema, a la vez que se siguen afanando por alimentar a los suyos y alcanzar una nivel de vida más decoroso en el tiempo.
Algo está funcionando muy mal en la conciencia humana, cuando el descontinuar la producción de un solo portaviones nuclear puede proveer suficiente agua potable, alimento y un techo decoroso a más de mil millones de personas por 20 años en el África, por ejemplo. Pero, no se detiene la producción de armas nocivas de destrucción masiva, mientras se reúnen engañosamente en mesas de negociación apuntándose no tan veladamente unos a otros.
Es evidente que se necesita un cambio radical en la conducta humana, y que la religión, casi en sentido general, ha fracasado rotundamente, si es que no es la causante principal de los males del mundo. Con razón, sir Bertrand Russell expuso claramente en su ensayo "Por qué no soy cristiano" que la religión "cristiana" es la peor cosa que pudo pasarle a la humanidad, aunque aclara que no se refiere al cristianismo que estableció Cisto, sino a la nefasta apostasía que surgió de él en siglos posteriores y que, como una lacra, ha hollado a la humanidad entera. En igual sentido, apuntan la mayoría de los filósofos y críticos del mundo desde mediados del siglo XIX.
Pero, al afirmar que la religión es la GRAN CULPABLE, están directa e indirectamente culpando al dios que las inspira, ¿no es verdad? Un análisis cuidadoso, muy rara vez efectuado, demuestra que el dios que inspira la mayoría de las religiones que domina a la humanidad es, primeramente mentiroso, luego homicida y finalmente depravado y un pésimo organizador. Tal clase de dios, no merece si no repudio, un rechazo total. La mayoría de las religiones conviven y convienen con los gobernantes de turno y participan en cualquier proyecto, por muy inhumano que sea, con tal que promueva sus propios deseos egoístas. ¿La prueba? Basta repasar la actitud, si no la participación abierta y directa, de la mayoría de confesiones religiosas durante la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de ellas eran consideradas "cristianas" y no menos culpables fueron el budismo chino y el sintoísmo japonés, que inspiró con sus enseñanzas la muerte de millones de sus siervos, incluso en suicidios con fines bélicos, como el caso de los tristemente recordados pilotos "kamikaze". Las demás guerras no dejan lugar a dudas sobre la detestable participación directa de la religión mundana y sus terribles efectos.
Y en cuanto al tema del hambre, muchas organizaciones religiosas, que es cierto realizan mucha actividad filantrópica, recurren a las colectas y a negocios no muy lícitos, mientras siguen acumulando ingentes riquezas por todo el mundo. Esa es la razón, por la que muchos se niegan a aportar a esas campañas, pues lejos de promover en verdad un acercamiento genuino a Dios, a la larga las personas que reciben esa ayuda la ven como un simple acto de benignidad humana y no a la intervención de su Creador, a quien acusan de su estado de pobreza y abandono. No pocos de los países con hambre albergan a muchos llamados "cristianos" nominales, que carecen de no sólo el pan literal, sino principalmente del pan espiritual que podría incluso mejorar la calidad de su vida actual.
Como se ha visto, el ser humano cuenta con el potencial para solucionar muchos de los problemas que lo angustian, pero parece que por sí mismo existe muy poco esperanza de que lo logre. ¿Qué hará usted al respecto? A nivel global, es muy poco, pero a nivel individual es mucho lo que puede hacer por cuidar de su ambiente y su medio-ambiente, utilizar rpudentemente los recursos disponibles y promover de alguna forma un uso racional entre su familia, vecinos y parientes, sin llegar a extremos tampoco. Sin embargo, el buen ejemplo siempre es el arma más poderosa, y muchos se sentirán impulsados de buena gana a imitar sus esfuerzos. Usted puede plantar árboles, incluso frutales (estoy pensando plantar algunos árboles de palta muy pronto), reciclar lo más posible, consumir la cantidad de alimentos justa para usted y su familia, evitando el desperdicio o el exceso en el comer y el beber, buscar alternativas al uso del plástico o el papel y muchas cosas más. Lamentablemente, nada de eso solucionará el problema mundial, pero lo dejará a usted con una buena conciencia, se lo aseguro.
(Adaptado de un informe de la BBCMundo.com)