Intentar darle una forma concreta al significado del matrimonio para el hombre es tarea harto difícil, pues existirán tantos conceptos como individuos habiten en la Tierra. Pero, en lo que la mayoría estarán de acuerdo es que los hombres y las mujeres se casan con expectativas distintas, y que dependiendo de la cultura en la que vivan, el hombre sacrifica mucho más que las mujeres; y explicaré por qué.
En especial, en la cultura occidental, al casarse, la mujer inicia por fin su verdadera vida: Cuidar de su casa, atender a su esposo e hijos, a la vez que se esfuerza por llevar una carrera o vida laboral significativa, lo es todo para ellas. En el hombre, el proceso es a la inversa. Su mayor sentido de logro está en su trabajo, la toma de decisiones y la consabida competitividad con otros varones, cosa poco habitual, o al menos no primordial, entre las feminas.
Al casarse, los hombres asumen una serie de compromisos que a menudo le resultan un fastidio, puesto que generalmente han sido organizados por la esposa y en los que rara vez se incluye a los amigos y parientes del esposo. Es un deseo velado de la esposa, que toda persona de "antes" desaparezca por completo de la vida de su esposo (en especial las amigas), demostrando lo "invasiva" que la mujer latina puede resultar ser, en una mala disimulada muestra de celos sin fundamento. El hombre, como es natural, se "resiste" con todas sus fuerzas, generando tensiones a menud innecesarias, pero que una vez superadas correctamente fortalecen la unión.
Claro está que las mujeres también ceden mucho a la hora de casarse. Todavía les fastidia que le cuelguen ese rótulo "de", en clara señal de "pertenencia" y que ha sido motivo de más de una protesta feminista de los últimos 40 años. A veces por cuidar de su familia, han sacrificado exitosas o prometedoras carreras profesionales, para, a cambio, recibir poco o ningún reconocimiento por su abnegada labor doméstica. No pocas veces, son las mujeres las que llevan prácticamente solas la inmensa carga matrimonial, pues los hombres piensan que el matrimonio es cosa de ellas: "es lo que ellas querían, por eso que paguen la factura".
Lo sorprendente es que los hombre siguen casándose (a veces más de una vez) y las mujeres siguen siendo dadas en matrimonio, lo cual demuestra que esta institución no es un asunto de simple capricho femenino, y está lejos de desaparecer. Algo deben buscar los hombres en el matrimonio que compense "todos lo sacrificios" que deben hacer, y la mayoría de ellos apuntan hacía la obtención del placer físico significativo y verdaderamente satisfactorio.
A este respecto, es una fantasía eso de que el hombre soltero la pasa muy bien, pues puede tener a la mujer que quiere cuando se le apetece. La verdad es que todo el plan de abordaje y conquista es una tarea titánica y agotadora para la inmensa mayoría de los hombres. Contrario a ellos, las mujeres no están primariamente interesadas en "eso", sino que buscan una compañía que las escuche o que, oh sorpresa, las entienda (cosa rara vez alcanzable). Y para mal de ellos, la mujer resulta ser mucho más exigente que los varones a la hora de escoger con quien se van a ir a la cama. Los requisitos son mucho más elevados que el de ellos y, como ya se ha dicho, no tienen prisa, menos urgencia, de un encuentro carnal, ni hablar de uno que sea casual.
A cambio de la tan ansiada "variedad", rara vez conseguida, el hombre soltero invierte mucho tiempo, dinero y expectativas. Por lo general, la frustración es el común denominador. En general, los casados son los que consiguen relaciones sexuales verdaderamente gratas, aunque no con la frecuencia que tal vez desean. Sin embargo, el abrazo sexual entre personas casadas va más allá del simple contacto físico; por lo general, se unen más allá de sus cuerpos, y eso difícilmente se puede conseguir fuera de una relación estable. Alcanzar la madurez sexual toma tiempo, y no me refiero a los órganos sexuales, sino a la comprensión mutua de sus necesidades íntimas, la consideración, el amor y el respeto. Sólo en el matrimonio bien fundado es posible convertir el apasionamiento sexual en una virtud , pues la uníon física llega al sublime estado que el Creador dispuso para la raza humana.
A pesar de todo eso, está claro, aún para los hombres que el factor sexual no es, ni por mucho el más importante y significativo del matrimonio. Poca duda cabe que el deseo de tener hijos, presente tanto en el hombre como en la mujer por igual, es una causa suprema de deleite, que a la larga supera a cualquier otro logro que un varón pueda acanzar. (Es un mito eso de que el hombre prefiere más al hijo varón que a las niñas, se les quiere a ambos por igual.) El varón vuelca todas sus emociones y sentimientos en sus hijos de una manera diferente a como lo hacen las madres, pues estas son más abnegadas y protectoras (a veces hasta la asfixia), mientras que los padres son más severos a la vez que procuran que sus hijos, por igual, alcancen paulatinamente la tan ansiada independencia. Observar el desarrollo y la formación de la personalidad del hijo, su florecimiento y verlos "echar a volar" (con todo lo que eso significa) es una maravillosa fuente de deleite para el padre.
Los hijos fijan o estabilizan al hombre de una manera especial, milagrosa. Bien reza un proverbio español: "El hombre completo es aquel que ha plantado un árbol, ha escrito un libro y ha tenido al menos un hijo". La experiencia es sumamente deleitable desde el comienzo, a pesar de lo agotadora que resulta la tarea y lo ingrata que suele ser a veces. El hombre sin hijos está, por tanto, incompleto; aunque obtenga otros logros en la vida, ha perdido su lugar en la Historia. Y no es asunto de sencillamente ir regando hijos por ahí sin casarse. Los hijos deben criarse con ambos padres y ser producidos con afecto y cariño y proveérsele una educación integral, para lo que siempre es mucho más ventajoso estar debidamente casados, con todo lo que ese compromiso implica.
Otro factor que los hombres toman en cuenta es que en los matrimonios bien constituídos él no tiene que "fingir", sino que le es posible ser él mismo. En otras áreas debe comportarse como es debido, aun a costa de su propia integridad, es decir sin revelar su verdadera personalidad. Pasar el día "fingiendo" una confianza que tal vez no posean, por ejemplo, es sumamente agotador. En otras ocasiones debe ser "amable" con personas a las que en verdad detesta, simplemente porque eso es lo "conveniente". Debe siempre conocer casi todas las respuestas y soluciones a cuanto problema se le presente fuera del hogar. Que diferente es cuando llega a los brazos de su compañera, su socia que lo conoce y, lo más importante, que lo acepta y lo ama a pesar de sus no tan evidentes debilidades para otros. Sólo en casa, el hombre puede incluso llorar de rabia ante una injusticia cometida, en el regazo de su amada, o jactarse a sus anchas de sus logros y éxitos sin suscitar ninguna clase de envidia.
Sólo en casa el hombre puede andar en andrajos, si así lo desea, sin afeitarse (claro, no tan a menudo) o completamente desnudo sin levantar ninguna clase de censura o reprobación. Esa clase de aceptación, sin exageraciones, es la que un hombre busca en su cónyuge: que lo acepte por lo que él realmente es; por eso el hombre busca a la mujer ideal y la hace SU ESPOSA, su socia, su compañera íntima. La mujer que está dispuesta a hacer precisamente eso por su hombre, tiene asegurada su fidelidad, cariño, amor y cuidados exclusivos y jamás temerá que cualquiera "otra" (y no me refiero solamente a otra mujer) se lo arrebate. Él buscará librarse de cualquier otro compromiso con el fin de estar en su casa y cenar con su familia, sin que esto signifique una renuncia extrema o un sacrificio abnegado, sino todo lo contrario, un verdadero placer.
A la larga, ningún hombre en su lecho de muerte se lamenta no haber pasado más tiempo en la oficina o en el laboratorio, o en la fábrica, ni con los amigos. La mayoría se lamenta no haber pasado más tiempo con su cónyuge y con el fruto del amor entre ellos, sus hijos. Siempre queda esa sensación que pudo hacerse más a favor de ellos, y dependiendo de las circunstancias, por lo general agradecen todos esos años compartidos y se disculpan por los "malos momentos" inevitables en toda relación sentimental, más aún en la conyugal.
Y podría seguir escribiendo, sólo que no quiero despertar en mí, por el momento, el deseo de volver a casarme, a lo que no he renunciado indefectiblemente... después y a pesar de todo.