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sábado, 8 de octubre de 2011

La Biblia contesta: ¿Estamos bajo la Ley dada por Moisés?

Para todos es claro que para que una sociedad funcione aceptablemente debe regirse por ciertas leyes, por eso cuando Dios escogió a la nación de Israel para que la representara en la tierra y produjera al Mesías prometido, le dio un conjunto de leyes y decretos, que comúnmente se conocen como la "Ley de Moisés" (1 Reyes 2:3), o aveces simplemente "la Ley" (Tito 3:9). Por supuesto, aunque los israelitas la recibieron mediante Moisés, para que su adoración fuera realmente aceptada por Dios, la nación entera debía reconocer que dicho código era la propia "ley de Jehova" (1 Crónicas 16:40).


Esa ley, fue dada exclusivamente a los israelitas, y a ninguna otra nación, tal como lo muestra Deuteronomio 5:1-3 y el Salmo 147:19-20. Les fue dada con el prpósito de poner de manifiesto sus trangresiones y conducirlos cual tutor hacia el Mesías o descendencia prometida en Génesis 3.15 (vea Gálatas 3:19-24).


En el tiempo señalado, Jesús se presentó ante la entera nación de Israel como aquel Salvador prometido (Lucas 2:8-14), por lo que años más tarde, cuando Jesucristo entregó su vida en sacrificio, la ley fue quitada (Gálatas 3:25), lo cual debería haber sido un alivio para los judíos (Gálatas 3:10-14); por eso la Biblia dice claramente: "Cristo es el fin de la ley" (Romanos 10:4).


Otro propósito de la Ley, fue mantener separada a Israel de las demás naciones (Efesios 2:11-18). Al morir Cristo en rescate propiciatorio, ese muro que dividía a las naciones fue quitado, clavándolo al madero de tormento (Colosenses 2:13, 14). Ahora, judíos y gentiles podían servir y adorar al Creador, Jehová Dios, de manera unida, como una sola nación espiritual, demostrando así la imparcialidad de Dios (Hechos 10:34, 35).


Por lo tanto, todos los rasgos distintivos de la Ley de Moisés llegaron a ser obsoletos y no reflejaban más, desde la muerte de Jesús en adelante, la voluntad de Jehová. Había una nueva manera de adorarlo, un "nuevo pacto" (Lucas 22:20), que ya había sido profetizado en Jeremías 31:31. Por eso, los apóstoles, y hasta la propia madre de Jesús, no vacilaron en abandonar el judaísmo, pues al recibir el espíritu santo proclamaron por todas partes el mensaje del reino de Dios en manos de Jesucristo. Para el año 36 de la era común, Cornelio, un centurión romano, aceptó el cristianismo, y él y su casa recibieron el espíritu santo, tal como ya lo habían recibido tiempo atrás los judíos y samaritanos conversos (Hechos 10:24-48; 11:18). A partir de esa fecha, se agregaron a la congregación cristiana centenares de personas, hombres y mujeres, de distintas nacionalidades: efesios, corintios, romanos, gálatas, tesalonicenses, filipenses, bereanos, etc, quienes antes nunca tuvieron la oportunidad de servir al Creador, Jehová Dios (Hechos 11:18-24; 14:44-47).


La Ley, justa y perfecta como en verdad era, una vez cumplido cabalmente su propósito, fue desechada por completo, aunque muchos de los principios en la que se sutentaba, se repitieron para la nueva congregación cristiana. Ahora, ellos, lejos de buscar cumplir los requisitos dados bajo la ley de Moisés, debían esforzarse por cumplir la "ley de Cristo" (Gálatas 6:2), que se basa, al igual que la anterior, en el amor (Mateo 22:36-40; Juan 13:34, 35; Romanos 13:8-10; Gálatas 5:13-14).


El amor a Dios nos impulsa a obedecer sus mandamiento (1 Juan 5:3), y nuestra obediencia no se basa simplemente en un conjunto de leyes y decretos, que una vez cumplido su objetivo, fue abolida, junto con sus sábados, sacrificios animales y diezmos, entre otros requisitos válidos antes de la llegada de Cristo, a quien pertenece la realidad de las cosas (Colosenses 2:13-19).