En los días pasados, el Perú vivió una efervescencia futbolística pues el título del campeonato Nacional debían definirlo los dos equipos más populares: Alianza Lima y Universitario de Deportes: una final que no se repetía en muchos años. Como ya todos saben, los "cremas" ('la U es la U') ganaron los dos compromisos y se alzaron con el título. Lo mejor de todo es que, gracias a las extremadas medidas de seguridad no hubo desgracias que lamentar, como algunos (yo entre ellos, lo reconozco) temían.
Debo decir que, en mi caso, no vi ninguno de los partidos pues carezco de cultura futbolística. Nunca me ha interesado el fútbol, al menos no en la medida que he visto, a lo largo de los años, como otras personas manifiestan lo que yo llamo "el fervor futbolístico", es decir ese 'celo ardiente', por una actividad que a la larga es solamente un deporte, cuya simple expectación es no es fundamental para el desarrollo personal ni social. Al contrario, como los hechos han demostrado, como en pocos otros deportes, el fútbol ha congregado a una multitud ansiosa de volcar sus emociones en cada una de las sesiones frecuentes en los que ellos llaman ahora, los 'santuarios' del deporte. De hecho, se comenta que ahora, por ejemplo, el vóleibol ha llegado a convertirse en el deporte más popular en el Brasil. ¿Y el fútbol? Ya no es más un deporte, pues se ha convertido en una verdadera religión, una forma de adoración fanática, con sus ídolos, templos, santorales (días señalados de culto), veneración e imitación de sus jugadores favoritos. Y mucho más, por supuesto. Detrás de todo esto hay uno de los negocios más emprendedores y lucrativos de los últimos años, llamado FIFA.
No es que nunca vea fútbol, a veces veo uno que otro partido (casi nunca me pierdo los partidos entre el Brasil y la Argentina), o recientemente estuve viendo los partidos de clasificación de Alemania, Portugal, España e Inglaterra. Por supuesto, veo las semifinales y finales de la Copa América, la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos (felizmente cada cuatro años). Nada más. No tengo afición por ningún club de fútbol y me da lo mismo si campeonan o se va a la baja o si desaparece para siempre. ¿Cuál es el problema? Siempre habrá otro club para reemplazarlo, así el espactáculo continúa.
Para nadie es una novedad (y no petendo ofender a nadie) que el fútbol peruano es pésimo y lo ha sido por mucho tiempo. A las cifras me remito: en casi un siglo de existencia, sólo ha obtenido dos títulos sudamericanos (claro que tenemos en medio a los monstruos: Brasil, Uruguay y la Argentina, todos ellos campeones mundiales en su oportunidad -no que no sé de fútbol-), un vicecampeonato en la Copa Libertadores (a nivel de clubes, y fue la U en 1972) y un título en la recientemente creada Copa Sudamericana, a cargo del Cienciano del Cusco. Tan sólo para mencionar la categoría mayores. deplorable, por decir lo menos, es la historia a nivel menores y juveniles. Y fresco está en la memoria que en la última clasificación el Perú ocupó el último lugar de la tabla, y que los clubes peruanos a duras penas pasan las primeras rondas de los campeonatos internacionales a los que deben asistir.
Es clarísimo que el deporte es una de las actividades más beneficiosas que el ser humano debe practicar y de continuo. He sabido de hombres de hasta 95 años que han ganado campeonatos internacionales de tenis, compitiendo con hombres más 'jovencitos', pues la categoría comienza a los 60 años. Cada año me deleito en observar la final de la categoría masters en el Open de tenis de mesa (ping-pong) que el Colegio Peruano-Chino Juan XXIII organiza dentro del calendario de la Federación Sudamericana de ese deporte. Ver a hombres y mujeres mayores de 60 años manejar la raqueta para dominar una diminuta pelotita en una cancha reducida a una mesa, realizando movimientos atléticos y hasta acrobáticos es todo un disfrute. Y ni pizca de arrebatos ni violencia en las canchas ni en las tribunas. Aliento sí, maltrato, casi nunca.
Yo veo lo contrario en el fútbol: Violencia dentro y fuera de la cancha (antes,m durante y después del partido), exarcebada, de modo poco disimulado por una prensa ávida de escándalo con el propósito (comprensible desde el punto de vista comercial) de vender a toda costa más que su competidor. Así, en los últimos días, por ejemplo, lejos de repetir los goles, analizar las jugadas y entrevistar a los protagonistas, la prensa se concentró en la lamentable jugada en que dos jugadores argentinos chocan de modo casual y uno de ellos resultó con triple fractura craneal. Una y otra vez repetían la jugada (y lo siguen haciendo) y se apostaron a la puerta de la clínica esperando ¿qué?, ¿tal vez un resultado lamentable, quizá fatal que publicar en primera plana al día siguiente? Eso por supuesto, no pasaría inadvertido a la barra del equipo al que pertenece ese jugador (que dicho sea de paso es argentino y su contrato vence a fin de este mes). Felizmente fue operado y todo parece indicar que, aunque lenta, tiene asegurada su recuperación. Entonces dejó de ser noticia.
Yo veo que sólo el fútbol arrastra los extremos de las pasiones, lo cual es bien aprovechado por los 'marketeros' (con todo el respeto que me merecen por su labor) y venden todo... y de todo. Hay que recordar que quienes ganan los partidos y los campeonatos son los jugadores, no las naciones ni los hinchas, que son simples espectadores del espactáculo, que a la larga es sólo eso, cosa que parecen olvidar. Incluso hay aquellos que traicionando sus profunas creencias cristianas se parcializan, aunque veladamente por cierto, con cierto color, sea de su club ó nación. Ahí sí como 'fulguran', 'viven' los partidos con un 'celo ardiente' que no es manifiesto en sus 'actos santos de conducta' y menos' en hechos de devoción piadosa', propios de una persona que afirma estar esperando las promesas que contiene la Biblia de un nuevo mundo de hermandad y amor. Tomar partido, en forma extrema, por un club o una nación, es no sólo deplorable sino peligroso en sentido espiritual. Se debe recordar que el 'fervor futbolístico' es bien utilizado por este sistema de cosas y es una herramienta política por demás útil, al grado que se han sacrificado muchas vidas (en sentido literal) en pro de favorecer a un equipo por encima del otro. Recuerde que por ningún otro deporte se ha pelado incluso una guerra de verdad: Honduras y El Salvador se enfrascaron durante un tiempo en duros combates, que costaron muchas vidas en ambos lados, conflicto originado por un partido de fútbol entre selecciones de ambas naciones. Por supuesto, había ya un ambiente caldeado y susceptible entre ellos que encontró el pretexto perfecto para iniciar la beligerancia. Que curioso que fuese el fútbol, ¿verdad?
El Perú no es extraño a las tragedias que se han cobrado víctimas. Allá en los lejanos años 60 el siglo XX, cerca de 300 personas murieron en el Estadio Nacional cuando protestaron por la anulación de un gol al equipo peruano que le hubiese permitido acceder a los Juegos Olímpicos de Tokio-64, dejando de lado a la Argentina, que se llevó ese día el triunfo y la clasificación. Quizá el recuerdo de esa tragedia, en mi entonces mente infantil, impide que mi afición por ese deporte crezca lo suficiente como para verme asistiendo a un estadio o pegarme al televisor a ver cuanto partido de fútbol (a veces por demás intrascendente) se trasnmita.
La verdad tengo mejores cosas que hacer como para que mi vida gire alrededor de una actividad por demás vanal. Me gusta el deporte, que duda cabe, pero mantengo bajo control el tiempo que dedico a verlo y practicarlo, pues hay otras facetas de la vida, incluso la lectura y asisitir a espectáculos culturales de variado tipo, a los cuales dedico mi tiempo y dinero, sin contar la importancia que concedo a mi desarrollo y actividad espiritual. Los que se inclinan exclusivamente por el fútbol, corren el riesgo de poco a poco irse familiarizando con la violencia propia de ese espactáculo (y a veces del deporte en sí) y ver como su corazón se insensibiliza al punto de hallar regocijo en jugadas excesivamente bruscas y perjudiciales (deporte de hombres le llaman... tengo mis dudas) y he visto personalmente (vivo a tres cuadras del Estadio Nacional de Lima y cerca al Estadio de Alianza Lima en Matute) como jóvenes desperdician sus vidas, su salud y sacrifican su futuro (y el de los demás) en pro de una afición que a la larga no conduce a nada. Se ha tenido que sacrificar una vida inocente de una joven profesional de excelente futuro para que en algo la sociedad reaccione y haya iniciado, muy tímidamente por cierto, a corregir o al menos controlar los desmanes de las barras que, aprovechando cobardemente el grupo, cometen toda clase de maltratos, fechorías y destrozos a su paso, y consumen recursos del Estado, pues a la policía se le paga con los impuestos que pagamos los ciudadanos productivos. Esos recursos podrían dedicarse a actividades mucho más rentables y beneficiosass, que a controlar a hordas desaforadas.
Con razón, no pocos expertos han recomendado limitar el acceso a los espectáculos futbolísticos (peros se siguen proyectando más y mayores estadios por todo el mundo) y que los partidos se televisen, evitando así congregar a multitudes que son bien aprovechadas por las pandillas y otros delincuentes. El fútbol, como deporte en sí, no es ni mejor ni peor que otros deportes. Pero hay algo en él que ha logrado que la gente aflore sentimientos dañinos y perjudiciales y en cantidades mayores y más frecuentes, no comunes en la prática o afición deportiva fuera del fútbol.
Queda más que decir, pero es evidente que el 'fervor futbolístico' está desbocado, lo que permite que la gente sea más 'feroz' 'no dispuesta a ningún acuerdo', 'sin tener cariño natural', 'desleal, por decir lo menos. ¿Será por eso que no me gusta el fútbol?