A veces, aun las más sencillas palabras tienen efecto perdurable
La gente lucha día a día con una variedad de retos, problemas y fobias que conllevan cierta carga de tensión. La soledad puede conducir a una persona incluso hacia el suicidio. Actividades cotidianas como bañarse, alimentarse o trabajar pueden resultar agotadoras para las personas dominadas por la depresión, por ejemplo. Es inevitable vivir rodeado de personas enojadas, frustradas o que han perdido el deseo de vivir, aunque estén completamente sanas.
Por eso, resulta fundamental que siempre analicemos la manera cómo nos dirigimos a nuestro prójimo. Usted no tiene idea lo que sus palabras pueden lograr, para bien o para mal, en otra persona. A menudo sus palabras (y su tono y gestos) quedarán grabadas en su memoria por largo tiempo, y pueden lograr efectos devastadores o beneficiosos, aunque claro no todo dependerá de usted.
En especial en el cículo familiar es común perder los estribos y soltar toda clase de insultos a quienes decimos amar, aunque a veces sobren las razones para tales agudos estallidos de cólera. Sin embargo, el problema no radica fuera de nosotros, sino dentro, en nuestros propios pensamientos e intenciones de corazón. Tal vez cuidemos cualquier otro bien con mayor cuidado del que hacemos con nuestros hijos, cónyuge y parientes. por ejemplo, ¿qué pensaríamos de una persona que golpea su televisor porque el equipo rival anotó en contra de nuestro equipo deportivo favorito? Verdad que comenzaríamos a mirar con sospecha a esa persona, ¿verdad? Aí, la persona que siempre recurre a la violencia verbal o física en contra de su prójimo, levanta sospechas y se gana, merecidamente, el rechazo y paulatino aislamiento social.
Los miembros de la familia necesitan estar conectados y hoy los adelantos tecnológicos, como éte, permiten estar informados de las actividades de cada uno de ellos. Todos tenemos necesidad de comunicarnos, expresar nuestros gustos y aversiones... es un derecho y no una concesión. A menudo ecucho decir: "No entiendo a este mocoso", pero meditando un poco, ¿le escuchamos en realidad? ¿tomamos el tiempo para dejarle que se exprese con franqueza, aunque sin rudeza? Cuan a menudo escucho decir a los padres: "Cállate, cómo vas a hablar de eso ( o así)", y es comprensible que el muchacho o la muchacha hagan precisamente eso... !Callarse!
Los que somos padres conocemos la emoción que sentimos cuando nuestro bebé nos dice "pa..pa" o "ma...ma". En esos momentos todos los sacrificios se desvaneces, ¿no es verdad? Pero, casi de inmediato ordenamos a uestro hijo: "Vas a decir esto y no aquello...", "Mejor cállate..." o cosas semejantes, y así lo vamos discapacitando en su modo de comunicarse. Les será más fácil comunicar sus pensamientos, sentimientos y emociones a cualquiera, menos a sus padres. Cuando son pequeños, esono es muy notorio, pero al entrar en la adolecencia, el asunto cobra visos dramáticos, y a veces trágicos, como lo demuetran los recientes casos de parricidio ocurrido en el Perú.
Dejar hablar a otro (algo que a mí me cuesta muchísmo lograr... mea culpa) es también una manera de decirle: "Me importas", o "Considero importante lo que tienes que decir". Y puede ser el camino a una mejor relación, si no a una entrañable y perdurable amistad. Sin embargo, es necesario ejercer extremada cautela al momento de nosotros proferir alguna palabra a alguien, quienquiera que sea. Debemos reconocer que lo que digamos (o callemos) puede ejercer un efecto decisivo en la vida de esa persona, y cargaremos con esa responsabilidad de por vida.