En la madrugada del 1 de septiembre de 1939 el ejército alemán invadió Polonia, dando así inició a la Segunda Guerra Mundial. Dos días después, Francia e Inglaterra le daclaraban la guerra a Alemania... y el mundo enloqueció de nuevo. Del Tratado de Versalles no quedaba nada, sólo el recordatorio de lo inútil que es confiar en la política humana y en sus inútiles, vanos esfuerzos por alcanzar una paz genuina.
¿Quién tuvo la culpa de esa guerra? Por supuesto, todas las evidencias apuntan a Hitler y su nacionalsocialismo, pero en realidad todos fueron culpables: los comunistas, los fascistas, los nazis y las democracias, sin olvidar al imperialismo japonés.
Nadie debía sorprenderse por esta nueva fase de la lucha por la supremacía mundial. De hecho, esta guerra se peleó para corregir los errores múltiples y absurdos que dejó la Gran Guerra (1914-1918). Los trastornos geopolíticos que se dejaron sin resolver fueron las semillas que al debido tiempo germinaron con la ayuda de Hitler y su Alemania nazi. Como había pronosticado acertadamente Simón Bolívar un siglo atrás, los imperios tradicionales europeos se derrumbaron, dejando al mundo en añicos. El mapa de Europa sufrió cambios drásticos, surgiendo nuevos países.
De la Gran Guerra son hijos también el comunismo y el fascismo, grandes protagonistas de la Segunda Guerra Mundial. El período entreguerras no fue uno de paz y prosperidad. Recordemos que en 1929, la Gran Depresión que empezó en los aún adormitados Estados Unidos, asoló al mundo entero, y con gran fuerza en Alemania y la China. Varias guerras y conflictos pequeños, y otros acontecimientos bélicos eran simples ensayos de lo que el mundo horrorizado espectaría poco después.
Europa nunca logró la tan ansiada estabilidad, y se fragmentó en una docena de nuevos estados nacionalistas, que con la excepción de Checoslovaquia, eran foco de constantes revoluciones y escarmuzas, disturbios sociales e inquietud a los otros países de Europa y del mundo. El miedo al comunismo en la Europa occidental, y la determinación de Alemania de detener su avance, no hacían sino preparar el ambiente y los ánimos para una solución violenta. Junto con el nacionalismo, la religión jugó un papel preponderante en la evolución de la guerra. Con honrosas excepciones, todas las iglesias llamadas "cristianas", violando los más fundamentales principios de su Fundador, alentaron a sus naciones y líderes a recurrir a la guerra, no sólo como una última alternativa, sino a considerarla como la única alternativa.
Mussolini en Italia (1922-1944), Lenín (1917-1924) y Stalin (1924-1953) en la Unión Soviética, Franco en España (1936-1975), y Hitler en Alemania (1933-1945), asumieron el control de la política internacional de Europa y el mundo, frente a un aislacionismo y una mal disimulada neutralidad de los Estados Unidos, a pesar de los esfuerzos infructuosos de Gran Bretaña por inclinar su apoyo decidido a favor de las democracias.
Gran Bretaña, más interesada en fortalecer sus colonias de ultramar, se desinteresó del continente, dejando a Francia sola en sus esfuerzos por lograr que Alemania cumpliese los compromisos del Tratado de Versalles. Hitler sacó patido de ese distanciamento entre galos y bretones, que habrían de pagar con sangre, y en abundancia, en seis años de una cruenta guerra.
Los acontecimientos se sucedieron uno tras otro de forma vertiginosa: la crisis económica de 1929, la toma del poder por Mussolini, Stalin y Hitler, la invasión a Etiopía por parte de los italianos, y a la China por los japoneses, fueron el preámbulo de las acciones principales. El escenario estaba listo.
La inseguridad y la desconfianza dispararon la adquicisión armamentista y la preparación de toda las naciones para lo que era inevitable: la guerra. Hitler denunció el Tratado de Versalles e inició el rearme, seguido por el rearme de Francia e Inglaterra, en 1934, e intensificado en 1936. Su intención era detener a Alemania a toda costa y darle una lección que nunca olvidasen. El escarmiento les costó demasiado caro, como bien sabemos.
El Japón había conquistado Manchuria en 1931, la Unión Soviética y Alemania participaron activamente en la guerra civil española, a modo de un cruento ensayo. Alemania recuperó el Sarre y Renania, y en 1938, mediante el Anchluss, se anexó Austria. Todo el oden mundial se trastocó, pero eran simples jugadas de los nazis, aprovechand la "política de apaciguamiento" que se esforzaban por ostentar tanto Inglaterra como Francia, aunque ésta con menos entusiasmo.
Con la entrega de los Sudetes checos a los nazis, la suerte de Europa quedó echada. Ya nada detendría a Alemania de sus ambiciones poco ocultas. De hecho, nadie podía decir que no había sido advertido. Basta con hojear el libro Mi Lucha que escribió Adolfo Hitler. Todo estaba ahí, pero nadie quiso prestarle atención. Pensaron que eran los simples delirios de un conquistador sin importancia.
Cuando a mediados de marzo de 1939, Hitle ordena ocupar el resto de Checoslovaquia, sólo la Unión Soviética mostró inquietud: por lo que en otra jugada maestra, Hitler propone un pacto de no agresión (firmado el 23 de agosto), que incluía la repartición de Polonia, en algún momento del futuro muy cercano, que sucedió más pronto de lo que nadie imaginaba.
Unos días después, el 1 de septiembre de 1939, y con poca resistencia inicial, Alemania invadía Polonia, haciendo gala de un modernismo sorprendente, aprovechando que la ciencia y la tecnología se habían puesto al servicio de la maquinaria de aniquilación. Más lamentable es el poco disimulado apoyo de casi todos los líderes llamados "cristianos" al esfuerzo bélico, ni uno más responsable que otro; pero dejemos que sea Dios mismo quien juzgue a cada uno y les cobre las cuentas pendientes a Su propio debido tiempo.