Por Joseph Mac Lean
"Leer por placer no está bien visto", dijo Fernando Savater en una entrevista reciente. Y es que el escritor español se refería a aquellas personas que leen por compulsión, y qué placer puede uno encontrar cuando lee "por obligación".
La literatura, en especial las novelas, están ahí para darnos placer: el placer de saber, el placer de sentir, el placer de imaginar con total y absoluta libertad.
Recordemos que la Escritura (junto con el uso inteligente del fuego) marca la aparición de la Historia y de la Civilización. Ambos siguen siendo vitales para seguir considerándonos seres civilizados.
¿Por qué privarnos de un logro humano tan grande y valioso? ¿Por qué perjudicar el desarrollo de la civilización y de la cultura al negarnos el placer de leer? Al final, nos estamos perjudicando a nosotros mismos y a los demás (de paso). Al negarnos a leer, renunciamos a conocer los pensamientos más elevados (y no me refiero exclusivamente a las Santas Escrituras) y a la poesía más embriagadora. Hasta Dios vio por conveniente que Su Palabra fuera puesta por escrito: una de las ideas más creativas y provechosas para el Hombre de parte de Dios. Poco podemos dar a cambio por tan preciado regalo, excepto leer la Biblia con gratitud infinita.
Hay un hecho incotrovertible: Vivimos con y para los demás. Así que nuestra percepción de la solidez de nuestro entorno y nuestra propia identidad dependen de conocer ciertos supuestos básicos sobre el mundo. Y quien no sabe exactamente quién es, no puede relacionarse aptamente con los demás. Es cierto que existen muchos enigmas en el mundo, algunos de los cuales nos dejan perplejos... y ni hablar de las paradojas. Por eso, es vital la literatura, pues nos acerca a muchos de esos enigmas y paradojas desde diversos puntos de vista. Y, debemos reconocerlo, a menudo nos sorprende e impresiona el punto de vista o el enfoque de tal o cual autor, hasta el punto que remueve los cimientos de nuestras propias creencias y valores.
Este es el temor de muchos a la hora de la selección de obras de literatura. Pero he aprendido hace muchos años un secreto que no me hace temer tal selección: Conociendo el punto de vista superior del Autor de autores (léase Dios), puedo medir las restantes obras creativas humanas acerca de la conveniencia o no (para mí por supuesto) de leer o no determinada literatura. Llevo 41 años leyendo con regularidad la Biblia, y aunque no soy un erudito, ella ha llegado a convertirse en "una lámpara para mi pie y una luz para mi vereda" (Salmos 119:105), y no sólo en asuntos de libros.
Concuerdo con el decir de Dietrich Schwanitz, en el prólogo al libro "Libros. Todo lo que hay que leer", de Christine Zschirnt, de que "la literatura es la gran educadora de los sentimientos. A través de ella aprendemos a observarnos a nosotros mismos y a los demás. Aprendemos psicología. Podemos ver lo que sucede en los otros, cuando, de otro modo, su interior está reservado. Aprendemos a sentir como el otro."
Concuerdo con el decir de Dietrich Schwanitz, en el prólogo al libro "Libros. Todo lo que hay que leer", de Christine Zschirnt, de que "la literatura es la gran educadora de los sentimientos. A través de ella aprendemos a observarnos a nosotros mismos y a los demás. Aprendemos psicología. Podemos ver lo que sucede en los otros, cuando, de otro modo, su interior está reservado. Aprendemos a sentir como el otro."
Y, aunque la literatura es ficción en su mayor parte, a menudo destacan figuras concretas que podemos hallar en la vida real, lo que facilita la formación cultural, la comprensión de la historia como base para la identidad peronal. Y no sólo la de nuestro entorno, sino que los libros nos llevan a mundos distintos al nuestro. Nos hablan de hábitos, creencias, alimentos, vestimentas, miedos y temores, ajenos a nuestra realidad o a nuestros tiempos.
Hoy que existe tanta libertad para imprimir y distribuir toda clase de libros, existe la paradoja de una pérdida ya no tan gradual del interés por la lectura. Cierto, todavía millones de personas leen y tal vez nos contemos entre ellas hasta el día de nuestra muerte. Pero, recuerde que la civilización, con sus pros y sus contras, nació con la Escritura como uno de sus fundamentos esenciales. Sin ella, la civilización agoniza. Sólo la escritura pudo (y puede) fijar el lenguaje e hizo posible la aparición de las reglas de la gramática, lo que ayuda a aumentar el significado de lo impreso: una línea de pensamiento susceptible de ser analizada una y otra vez, lo que demanda una gran capacidad de concentración.
La televisión, los videojuegos, el cine y la Internet, siendo todo lo útil que han llegado a ser, han ido privando a una multitud de personas de la capacidad de concentración; en especial a los más jóvenes. Y esa capacidad, que debe aprenderse desde la niñez, no se recupera nunca luego. Por eso, los alumnos se aburren en clase y hoy la escuela debe ser 'más y más entretenida'; caso contrario el joven se 'deconecta' y se perjudica, a menudo sin darse cuenta siquiera.
No hace mucho tiempo, cuando la tiranía nazi quiso preparar a los alemnaes para la guerra comenzaron con un asesinato en masa de libros, mientras que para el mismo tiempo los estadounidenses publicaban, especialmente para sus reclutas, obras que resaltaban los grandes logros de la literatura universal. Ya saben ustedes el resultado final de la guerra, que los Aliados ganaron, no sólo por la fuerza de las armas, sino también con el auxilio de una bastión de la civilización y cultura: Los Libros.
(Nota: La fotografía corresponde a Marilyn Monroe leyendo una obra de James Joyce)