Jano (en latín Janus) es, en la mitología romana, un dios que tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil, padre de Fontus. Jano era el dios de las puertas, los comienzos y los finales, por eso le fue consagrado el primer mes del año. Se le invocaba el primer día de enero (Ianaurius), el mes que derivó de su nombre porque inicia el año nuevo. Se lo invocaba también al comenzar la guerra, y mientras ésta durara, las puertas de su templo permanecían abiertas siempre; cuando Roma estaba en paz, las puertas se cerraban. Un hecho curioso es que jano no tiene equivalente en la mitología griega.
Otras costumbres asociadas con estes dios romano, entre ellas la celebración del año nuevo con bailes, banquetes y excesos con vino, pueden ser: los juramentos al hacer pactos de negocios (era el dios que supuestamente inventó el dinero) y el persignarse antes o después de atravesar una puerta, pues era el dios que auguraba los buenos finales.
Durante algún tiempo, en Roma consideraron que el año empezaba en marzo, aunque las autoridades asumían sus funciones en enero. Pero, Julio César decretó que el año diera comienzo el 1 de enero, dedicado a jano, el dios de los inicios. Según la Cyclopædia Mclintock y Strong, la fiesta de este dios estaba plagada de diversas supersticiones paganas, que aún se conservan hasta nuestros tiempos: tirar petardos, apoyarse sobre la pierna derecha 8símbolo de la buena suerte), comer y beber en abundancia, buscando en todos los casos los buenos augurios de las suerte o el destino.