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sábado, 17 de diciembre de 2011

Casos y cosas de la lengua española (noviembre-diciembre 2011)

alcahuete: Esta palabra tiene su origen en la costumbre medieval árabe: cuando un señor quería conquistar a una mujer casada, le enviaba al marido un caballo de regalo con el fin de ganar su simpatía y poder aproximarse así a la esposa deseada. Lo hacía mediante un mensajero al que llamaban al-qawwad, que cabalgaba con la misión de entregar el animal. Al español llegó com 'alcahuete' para designar a la persona que concierta, encubre o facilita encuentros amorosos, generalmente ilícitos. Por extensión, se usa también para nombrar a aquellos que sirven, voluntariamente o no, para encubrir algo que se desea ocultar. Sin embargo, en el Río de la Plata, se llama 'alcahuete' al que delata a sus compañeros para congraciarse con sus superiores o con las autoridades, o al que sirve a alguien por conveniencia. Es palabra antigua, registrada en el español desde 1251, que ya aparece por cierto en el Quijote.




cipayo: Los cipayos eran soldados nativos de la India, de los siglos XVIII y XIX, que sirvieron a los ocupantes franceses, portugueses y británicos, sucesivamente. Su nombre, que fue incluido en el diccionario académico de 1869, proviene del persa sipahi, 'jinete', tomado en primer lugar por los portugeses, que lo asimilaron en el siglo XVIII como sipay y lo transmitieron al francés, lengua en la que adoptó cipaye. La palabra 'cipayo' viene del persa sipah, que significaba 'ejército', 'tropa', y procedía a su vez de spada, en asvéstico, una antigua lengua indoeuropea que se hablaba en la parte septentrional de Persia.


Los cipayos acabaron rebelándose contra la política colonialista británica en 1857, en un levantamiento sangriento denominado la rebelión de los cipayos, que se prolongó durante dos años; pero no por eso su nombre dejó de pasar a la Historia como sinónimo de 'entreguista', por su condición de soldados nativos que reprimían a sus connacionales por orden del invasor extranjero. Por esta razón, en América Latina es bastante común que los partidos de izquierda usen esa palabra para referirse a las oligarquías nativas a las que acusan de favorecer los intereses de potencias extranjeras, sobre todo de los Estados Unidos de América. Por extensión, adquirió, también, el sentido de 'persona que trabaja contra los intereses de su país al servicio de un poder extranjero'. El sentido de esta acepción es mucho más preciso que el de 'secuaz a sueldo' que le atribuye el diccionario académico.




fogoso: Al oír o leer esta palabra, la gente suele asociarla a 'fuego', porque la relaciona con una metáfora bastante verosímil vinculada con la impetuosidad de las llamas y referida generalmente al brío sexual. Sin embargo, el vocablo nada tiene que ver con fuego: nos llegó del francés fougueux, un derivado de fogue, o 'ímpetu', 'brío', que se se incorporó a su vez al francés procedente del italiano foga, 'impetuosidad', fromada a partir de fuga, 'fuga o huida'. Por cierto, el vocablo español 'fuga' tiene el mismo origen.




malandrín: Parece obvio que esta palabra debería derivarse de 'mal' o de 'maleante', pero no. 'Malandrín' es, etimológicamente hablando, 'el corazón del roble'. En efecto, esta voz, que nos llega del italiano malandrino, proviene de la antigua expresión griega melan dryos, que significaba 'lo negro del roble', empleada para denominar el corazón del tronco de ese árbol y, además, una cierta forma de lepra que en latín adoptó el nombre de malandria. En el bajo latín de Italia, los leprosos eran llamados 'malandrinos', un nombre que luego extendió su significado a ladrones y salteadores. La palabra aparece registrada por primera vez en español en el Quijote (1605), con la denotación de bribón. En el español del Río de la Plata. 'malandrín' dio lugar al lufardo malandra, que se emplea para denominar a un sujeto que estafa o comete actos deshonestos.




ruiseñor: La avecilla cantora que conocemos como 'ruiseñor' es una de las 304 clases de tordos que se han clasificado en ele mundo. Era conocida por los latinos como luscinius, cuyo diminutivo era luscíniulus. Fue a partir de este diminutivo que se formó en la antigua lengua provenzal (occitana o lengua de Oc, hablada al sur de Francia) el nombre rossignol, para llegar al cual la 'l' fue cambiada por 'r'. Al pasar al castellano, la palabra provenzal fue alterada por el pueblo, que interpretó rosignol como si fuera 'Ruy señor' (señor Rodrigo). En portugués, la palabra se convirtió en rouxinol.




sílfide: Las sílfides son personajes de la mitología gala, que habital el aire y las aguas. El nombre 'sílfide' se deriva del francés sylphide, palabra acuñada hacia 1670 por el académico francés Bernar de Montfaucon, pero el vocablo original proviene de la creencia prerromana en estos seres etéreos, era sylphe, término que fue retomado y divulgado en el siglo XVI por Paracelso. Desde el siglo XIX, se usa para referirse a la mujer esbelta y delgada, probablemente a partir del atuendo típico de las bailarinas de balé, cuyo uso se hizo general desde 1832, cuando la bailarina María Taglione lo estrenó en el balé La Sílfide.




soñar: En español hay dos palabras homónimas con significados diferentes, aunque no muy distantes: 'sueño' para designar el 'acto de dormir', y 'sueño' como 'representación de sucesos e imágenes en la mente de quien duerme'. Ambas provienen del latín; la primera somnus, y la segunda, de somnium. Esta equivalencia no ocurre en las demás lenguas romances: en portugués y en gallego se distinguen sono y sonho (en gallego, soño); en catalán, son y somni; en francés, el acto de dormir es sommeil y el de soñar, reve; en italiano, ambas ideas se expresan como sonno y sogno. Sin embargo, Corominas observa que es frecuente, al menos en catalán, que haya trasgresiones a la oposición entre ambos vocablos.


El intento más conocido de sortear las confusiones causadas por la homonimia de estos dos conceptos se observa en la traducción al español de las obras de Sigmund Freud, en la que el traductor Luis López Ballesteros de Torres usó 'sueño' para referirse al 'acto de dormir', y 'ensueño' para mencionar el 'acto de soñar', tan importante en el universo freudiano.


Las dos palabras latinas que dieron origen a ambas formas de 'sueño' provienen de la antiuquísima voz swep-no, que cambiando el sufijo -no por -os, dio lugar al latín sopor, o 'adormecimiento', que llegó al español con el mismo significado. Afortunadamente, los seres humanos solemos, también, soñar despiertos. es lo que permite la construcción de las utopías y la búsqueda de nuevos horizontes.




sumaca: Es una embarcación de vela de dos palos, apta para navegar en aguas profunda, empleada en América Latina, hasta los primeros años del siglo XX, para navegaci´+on de cabotaje. Corominas le atribuye como origen el neerlandés smak, que es el nombre de una cierta clase de vela, probablemente proveniente del bajo alemán smakke. Los únicos ocho casos que figura este vocablo en el Corpus dicrónico español (Corde) de la Academia Española corresponden a un mismo documento: la novela Brenda (1894), del escritor uruguayo Eduardo Acevedo Díaz. Sin embargo, es preciso considerar la posibilidad de que el vocablo haya llegado al español del Uruguay a través del portugués brasilero sumaca, puesto que en el Brasil también fue usado este tipo de embarcación y el portugués fue, durante la primera mitad del siglo XX, tan hablado como el español en el territorio donde se asienta hoy el Uruguay. (Curiosamente esta palabra no figura en el Diccionario del español del Uruguay (DEU), recientemente publicado, tal vez debido a que se consideran uruguayismos a las palabras que no aparecen en el DRAE, aunque sean ampliamente usadas en toda América, como ocurre también con 'macartismo' o 'latrodectosis', entre otras.)




trabajo: Si el trabajo es para usted una tortura, sepa que se trata de un concepto tan antiguo como el propio origen de la palabra, que no proviene del latín labor, que nos dio 'labor', 'laborable' y 'laborioso, sino de tripalium, que era el nombre de un temible instrumento de tortura. Tripalium, o 'tres palos', es un vocablo del bajo latín del siglo VI de nuestra era, época en la cual los reos eran atados a un artefacto de ese nombre, una especie de cepo formado por tres maderos cruzados donde quedaban inmovilizados mientras se les azotaba. De tripalium derivó inicialmente tripaliare, o 'torturar', y posteriormente trebajo, o 'esfuerzo', 'sufrimiento', 'sacrificio'. Trebajo evolucionó hacia trabajo, vinculándose poco a poco con la idea de labor. Lo mismo ocurrió en francés, lengua en la cual tripalium derivó en travail, 'trabajo', vocablo al que los ingleses dieron la forma travel y un nuevo significado asociándola primero a la idea de 'viaje cansador' y, más tarde, simplemente 'viaje'.


(Referencia: La Página del español, www.elcastellano.org)