La confusión de lenguas de la torre de Babel generó, según cierto mito arcaico, 72 idiomas distintos. Tubal, nieto de Noé, erró hasta España y estableció allí su lengua. Cuando San Agustín divulga esta idea en el siglo V faltaban aún 450 años para el nacimiento del castellano. Transcurrió ya más de un milenio, y la realidad revela que la supuesta lengua de Tubal es una de las más prósperas del mundo.
El español, con sus 380 a 400 millones de hablantes, ocupa el cuarto lugar en población nativa, detrás del mandarín (1.075 millones), el inglés (514 millones) y el hindi (496 millones). Además, es lengua oficial de una veintena de países y desde 1492 no cesa de crecer. En cambio, lenguas que antes fueron más poderosas y extendidas, como el francés, el italiano y el alemán, están en retroceso frente a él.
Hay que reconocer, sin embargo, que la fuerza de nuestra lengua radica en su dilatada población, no en su economía, su poder político, ni su importancia tecnológica. Por ejemplo, en la telaraña de Internet el idioma dominante es el inglés (43 por ciento), seguido del japonés y el chino (9,2 por ciento). El español empata con el alemán con un modesto 6,7 por ciento, pero supera a las demás lenguas europeas.
Los hispanoparlantes somos muchos, pero somos pobres. Pese a ello, la lengua tiene creciente importancia económica en nuestro medio. Se trata de una ágil industria, con 6,5 por ciento de incremento anual, que en España representa el 15 por ciento del PIB, y en Estados Unidos abarca un mercado anual que, solo en el campo de la música popular, alcanza los 600 millones de dólares, y en el de la información alimenta 40 diarios, tres cadenas nacionales de televisión, 300 semanarios y cientos de emisoras de radio y TV. El español es “nuestro petróleo”, como se dijo hace tres años en el Congreso de la Lengua Española de Valladolid.
Uno de los aspectos que mejor denotan la fuerza del español es su pujanza como segunda lengua. Esta semana EL TIEMPO publicó un estudio de las escuelas internacionales de idiomas Berlitz según el cual el español es la tercera lengua más solicitada para el aprendizaje. Sobra decir que la primera es el inglés (¿quién no quiere aprenderlo?), preferido por 69 por ciento de los estudiantes. Pero entre la segunda, que es el francés, y el español media menos de un punto de diferencia (6,8 y 5,9 por ciento, respectivamente).
Esta distancia se acorta cada año y pronto el español superará al francés, simplemente porque es más útil como idioma complementario. Algunas pistas sobre su empuje: el 60 por ciento de los estudiantes de universidad de Estados Unidos prefiere aprender español antes que otros idiomas; en ese mismo país, los doctorados de literatura española superan ampliamente a los de francés, alemán, portugués o italiano; los 40 centros del Instituto Cervantes en el mundo ven crecer cada año las matrículas en un 15 por ciento. Los escolares brasileños ingresarán pronto y masivamente a estas estadísticas.
Lo más importante del auge del español como segunda lengua son las posibilidades económicas que ofrece. Colombia podría aprovecharlas ampliamente gracias, entre otras, a su posición geográfica y a la fama de los colombianos como correctos hablantes de castellano. España recibe cada año más de tres millones de extranjeros que acuden a aprender español y dejan a su paso el equivalente de cerca de 900 mil millones de pesos. Estados Unidos alberga el 70 por ciento de los que quieren aprender español en América, seguido por México (4,8 por ciento). Argentina acoge a 40 mil estudiantes de lengua, que no es poco. En Internet también aparecen academias de español para extranjeros en Chile y aún en Ecuador. Pero la presencia colombiana en este mercado es tan precaria que resulta casi inexistente.
Un buen programa organizado por instituciones educativas y la Academia de la Lengua con apoyo del sector turístico y del Gobierno sería sin duda exitoso. Hace falta un Tubal que lo impulse.