Por Dietrich Schwanitz
Hasta aproximadamente 1860, la pintura era un arte de taller, y estaba dirigida por las academias, en las que se formaba a los artistas. Se creía firmemente en el carácter figurativo del arte. Esta creencia, que operaba como un supuesto incuestionable, se tambaleó por primera vez con la invención de la fotografía, y, especialmente, a partir de 1860, cuando un grupo de pintores que había convertido París en la meca de la pintura creó el estilo que precedería a la irrupción del arte vanguardista: el Impresionismo.
En correspondencia, el Impresionismo ofrece dos caras: para sus contemporáneos supuso un shock y un escándalo; pero para nosotros, retrospectivamente, es una forma de modernidad que nos sirve para disculparnos de nuestra secreta preferencia por el arte tradicional. El Impresionismo es el último estadio del arte en que éste pudo ser "bello" y a la vez moderno. Esto ha conferido a los impresionistas un lugar privilegiado entre el público actual, consiguiendo que los impresionista sean populares. Después todo se volvió feo.
Los nombres más conocidos de entre ellos son Renoir, Manet, Monet, Degas, Cézanne y Van Gogh.
Lo que realmente molestaba a este tipo de críticos es que los impresionistas hubieran revolucionado el tratamiento del color. Los impresionistas trabajan de tal modo las luces y las sombras que los colores surgen únicamente en la retina del receptor, De cerca, sólo es posible apreciar un conjunto caótico de pinceladas, pero cuando uno se distancia, surge la impresión de un orden maravilloso., algo que sus contemporáneos, acostumbrados a mirar de cerca las obras, no podían comprender. Como les ocurre hoy a muchos artistas, los impresionistas fueron tachados de chapuceros incapaces de pintar bien. De ese modo el término "impresionismo" fue inicialmente un insulto.
Los motivos de los impresionistas tampoco se consideraban dignos de ser tratados artísticamente: salones de baile (Renoir), carreras de caballos (Degas), estaciones de ferrocarril (Monet), bares (Manet) y mujeres desnudas en compañía de hombres vestidos en comidas campestres (Almuerzo sobre la hierba, de Manet) no inspiraba mucha confianza al público de entonces. Sus temas se inspiraban en el rapidísimo ritmo de la vida en la gran ciudad y la afluencia en masa de la gente de los bulevares, a los parques y a los locales de diversión.
Después de los impresionistas ya no había vuelta atrás: la concepción del arte como imitación de la naturaleza había quedado superada. Al contrario, los más radicales de entre ellos se dirigían en la dirección opuesta: Van Gogh llamó a la puerta de la locura, y Cézanne se convirtió en el padre del arte moderno haciendo todo lo contrario: apartándose del histerismo de los impresionistas., Cézanne experimentó con la posibilidad de organizar el espacio no desde la perspectiva central, sino a partir del dolor. El principio organizativo de sus cuadros no fue ya el conjunto compositivo, sino las distintas formas. Sus sucesores no tendrían más que abandonar su estructura lineal y estática para hacer que las formas y los colores se volviesen autónomos, dando paso así al Cubismo.
[Tomado del libro "La Cultura. Todo lo que hay que saber"]
[Tomado del libro "La Cultura. Todo lo que hay que saber"]