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jueves, 24 de marzo de 2011

La Biblia contesta: ¿Qué significa la palabra ALELUYA?

Puede que usted esté bien familiarizado con esta expresión, pues una obra maestra de la música del siglo XVII, El Mesías de Haendel, contiene un arrobador coro de aleluya. También suele escucharse en muchos eventos de la liturgia religiosa de la cristiandad por todo el mundo. Sea como sea, usted tal vez la use como una expresión suprema de alegría y gratitud por algún acontecimiento acaecido en su propia vida, sea de carácter religioso o seglar. Sin embargo, ¿conoce su origen y su uso correcto? Veamos.

Esta palabra aparece varias veces en la Biblia como una traducción de halelu-yah, que apropiadamente se debe traducir "Alaben a Jah" (una abreviación poética del nombre divino: Jehová). Esta expresión se halla en la apertura de muchos Salmos, como el 111:1, por ejemplo. En las Escrituras Griegas-cristianas (o Nuevo Testamento) se encuentra cuatro veces en Revelación 19:1-6 en relación a la alegría que surge por la destrucción de Babilonia la Grande, la madre de las rameras, el imperio mundial de la religión falsa.

¿Hay razones para alabar a Jehová, como invitan a hacer los Salmos en dónde hallamos la expresión 'aleluya'? ¡Por supuesto que sí! Jehová no sólo es el Creador del vasto universo que aloja a nuestro hogar, la Tierra (Salmos 148:3-6; compare con Revelación 4:11), sino que es a la vez nuestro Sustentador (Salmos 147:8-9; 148:7-10) y se interesa por toda la humanidad en todo aspecto (Salmos 145: 9;146:5-9). Pero Él bendice y protege especialmente a aquellos que se esfuerzan por ser obedientes a Su voluntad (Salmos 147:12-14; 148:12-14). Meditar tan sólo en estas pocas cosas produce en el corazón un deseo de alabar a nuestro Dios y Padre por siempre (Salmos 104:31-35).

Lamentablemente, pocas personas están dispuestas a responder "¡Aleluya!" por todas las bendiciones recibidas de parte de Dios. Aunque perciben y hasta padecen las consecuencias de estar alejados de Dios (Efesios 4:17-18), las inquietudes de la vida (Mateo 13:3, 5-7, 20-22) o la ceguera (o confusión) espiritual (2 Corintios 4:4) no les permiten hallar el camino de reconciliación con su Creador y alabarlo debidamente. De hecho, muchos creen estar adorando a Dios (Juan 4:22; Romanos 10:2-3) y son muy celosos en las actividades religiosas (2 Timoteo 3:5), pero, como dice la Escritura, "resultan falsos a su poder". Incluso, muy recientemente, iglesias de la cristiandad pretenden borrar de la memoria colectiva el nombre divino: Jehová, prohibiendo usarlo en sus ritos y liturgia por todo el mundo. Pero, de hecho van a fracasar, pues Jesucristo, su supuesto Caudillo, está muy interesado en dar a conocer el nombre divino (Juan 17:6, 26). (En el propio nombre del redentor, Jesús, se incorpora el tetragrámaton ya que significa "Jehová es Salvación").

Por el contrario, una profecía contenida en Revelación 11:18 muestra que Jehová pronto recompensará 'a los que temían su nombre, a los pequeños y a los grandes', como una confirmación de que 'los que invocan su nombre, Jehová, serán salvos' (Hechos 2:21; Romanos 10:13; compare con Joel 2:32). Con razón, la destrucción de Babilonia la Grande, de la cual la cristiandad forma parte, causa tanto regocijo. La gran ramera que corrompió la tierra con su fornicación, manchada de sangre y lugar de habitación de demonios (Revelación 18:2; 19:2) será destruida por completo. ¿Gritará usted en alabanza a Aquel que ejecutó juicio contra aquella infame Organización religiosa internacional (Revelación 19:1-6) junto con los fieles que alaban y dan a conocer el Santo Nombre divino por toda la tierra? Nada sino alegría, regocijo debe surgir de un corazón agradecido por el juicio de esa vil ramera (Revelación 18:20). Nadie podrá impedir su ruina "porque fuerte es Jehová Dios que la juzgó" (Revelación 18:8). Todos los que se mantengan apegados a ella de algún modo sufrirán el mismo juicio desaprobatorio (Revelación 18:4), mientras que los que dejan de tocar 'toda cosa inmunda' proveniente de ella, tendrán el privilegio de ser llamados 'hijos de Dios' y recibidos como parte de su pueblo, escogido para su Nombre (Hechos 15.14; 2 Corintios 6.14-18), con la salvación en mira, pues su propio nombre será escrito en el libro de la vida (Malaquías 3:16).