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miércoles, 9 de noviembre de 2011

"A mi hijo amado", poema de Joseph Mac Lean

Por todo medio posible lo he intentado
grabar en tu mente y corazón todo aquello
que habría de guiar tu vida, sí, la tuya;
y ahora llegó el momento esperado,
que luces gallardo, seguro y apuesto,
en que sales a la vida muy confiado
en el éxito que se te presenta delante.

Sólo unas sencillas palabras finales
para enmarcar todos mis pasados afanes
en que te aucurruqué en mis brazos
viéndote dormir sereno, jugar y sufrir;
o esas noches de desvelos procurando
te recuperaras pronto de algún mal;
que yo atesoro más que nada en el mundo.

Sé siempre amable, hijo mío, presto a ayudar,
mostrando el debido respeto a todos.
En cualquier momento y lugar
jamás seas vulgar en tus palabras,
ni mucho menos en tus actos;
si te es posible decide por la castidad
aunque no la pregones a todos.

Sé sencillo, ten pocos, pero buenos amigos.
Nunca reveles a todos lo que en verdad
sientes o piensas y recuerda siempre
que quien hoy se muestra amistoso
mañana la lanza te puede arrojar,
o te herirá de un modo profundo
que, aunque quieras, no lo podrás perdonar.

Si un amigo tuyo se muestra fiel y leal
sujétalo con garfios o cadenas de amor y respeto,
cuídalo como algo de gran valor, no lo pierdas;
pero no malgastes tu tiempo y fortuna en alguien
que tiende al jolgorio o la pendencia perenne,
es como gastar pólvora en gallinazo;
ese nunca jamás tu afán a de apreciar.

Escucha presto a todos, pero a pocos presta tu voz;
no emitas juicios, sólo guía a que busquen
a tomar para ellos la mejor decisión,
el camino que ellos mismos han de seguir.
Reserva tu juicio para tus propios actos
y recuerda que aunque por fuera vistas de seda
lo que en verdad eres está en tu interior.

Viste como quieras pero sin extravagancia,
pues así te ofendes a ti mismo;
pero recuerda que el traje revela quién eres
o al menos quien pretendes llegar a ser,
y una primera mala impresión, de hecho,
es muy difícil de borrar del todo,
y el daño, a veces, imposible de reparar.

Algo que he aprendido en mi ya extensa vida
es evitar, si es posible, prestar o pedir prestado;
haciéndolo te enfrentarás al dilema inminente:
de perder lo prestado y al amigo ¡qué ruina!
Si no puedes procurártelo tú mismo
es que no lo tienes merecido
y puedes vivir sin eso ¡disfruta lo que si tienes!

También hijo mío nunca olvides
el ser sincero contigo mismo, y recuerda
que unos Ojos arriba te estarán observando;
mas, si haces el bien no temas, mi niño,
pues de allí provendrá la ayuda apropiada,
cuando la calamidad te azote, porque lo sabes
vendrá de uno u otro modo, es inevitable.

Pronto ya no estaré disponible, al menos,
no como antes lo estaba, porque así es la vida:
pero quedaré de algún modo en tu mente
y sobre todo muy dentro de tu corazón.
he cometido errores, que duda cabe,
pero, lo juro, fueron sin mala intención;
lo que hice fue por amor, nada más.

Cuando te toque el turno de juzgarme,
porque estoy convencido algún día lo harás,
no seas severo conmigo, sino generoso,
como lo manda tu corazón noble;
que en la balanza de la vida, creo
sin temor a equivocarme, espero,
mis virtudes vencieron a mis defectos.

Nada más puedo hacer ahora por ti,
excepto de vez en cuando señalarte paciente
si es que veo pierdes la senda, o tal vez
estés a punto de bajar los brazos, vencido
por el suceso imprevisto o el fruto debido
a alguna mala decisión o a la traición
que te vendrá del lado menos esperado.

Sé feliz hijo mío, y por sobre todas las cosas
gánate el afecto de todos, o al menos
el respeto de quienes te muestran enemistad,
que si pasas por alto su asedio, su odio,
con el tiempo tu amigo entrañable podría ser;
y, si no puedes hacer el bien, aunque lo intentes,
jamás dediques tiempo a planear alguna maldad.

Que tu corazón se llene de alegría, gozo y amor,
busca las cosas bellas, amables, divinas.
no le des suficiente espacio ni tiempo a lo carnal,
porque entonces sólo corrupción hallarás;
pero si siembras en lo espiritual primero, y siempre,
aunque por un tiempo nos separemos,
nos volveremos a encontrar, para no separarnos más.

Si algo me falta decirte o aconsejarte,
no faltará oportunidad, y aquí quedo,
aprovechando bien mi forzada soledad,
en seguir cultivándome por dentro
mientras busco ayudar a los que pueda
a reconciliarse con la vida y su Creador
¿Qué felicidad mayor habría de procurar?