“¿De dónde venimos?, “¿Para qué estamos aquí?”, “¿Adónde vamos?”, estas son tres de las preguntas fundamentales que todo ser humano se ha hecho, se hace y se hará en todo tiempo, lugar, e independientemente de su edad, situación socio-económica o cultura. De hecho, usted concordará que son muy importantes para darle sentido a la vida. Lamentablemente, muy pocas personas dedican tiempo a obtener las respuestas. ¿Puede la Biblia ayudarnos a obtener respuestas satisfacientes? Veamos.
¿De dónde venimos?
En el capítulo 1 del primer libro de la Biblia, el Génesis, se hallan dos versículos que nos dan una pauta acerca de cuál es el origen de la vida: “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra” (vs 1) y “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…” (vs 26). De este modo sencillo, las Escrituras nos dicen que somos el resultado de la obra creativa de Dios, de hecho, un Ser incomparablemente poderoso y sabio, a juzgar por la variedad de la creación celestial y terrestre. Con razón, los ángeles se sintieron inclinados a expresar su respetuoso temor al Creador: “Digno eres tú, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y causa de tu voluntad existieron y fueron creadas” (Revelación 4:11).
Hacemos bien en conocer a este Majestuoso Creador y lo podemos lograr mediante examinar con cuidado la obra creativa que tengamos disponible. Por eso, el apóstol Pablo declaró: “Porque lo que puede conocerse acerca de Dios está entre ellos manifiesto, porque Dios se lo ha puesto de manifiesto. Porque las cualidades invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad, de modo que ellos son inexcusables” (Romanos 1:19, 20).
Cuando hacemos, aunque sea, una ligera investigación de la creación (o la naturaleza como prefiera llamarla), notamos que se debe haber requerido un inmenso poder y una sobresaliente sabiduría, debido a la estrecha relación que tienen unas obras con otras. Hasta sin habla, la creación ensalza a su Creador (Léase Salmos 19:1-2). Desde el imponente Universo hasta una microscópica célula, pasando por una variedad innumerable de pequeños y grandes seres, toda la creación demuestra una sabiduría infinitamente (Léase Salmos 104:24). Sin embargo, el texto leído antes de Revelación nos dice que fue debido a la voluntad de Dios, es decir un acto deliberado, lo que demuestra su inmenso amor al desear compartir el maravilloso don de la vida (Léase Salmos 92:4, 5; 107:8).
¿Para qué estamos aquí?
Sin dudar, la Biblia informa que el hombre fue creado para poblar la tierra y dominarla (Léase Génesis 1:28). Y es evidente que así lo creían los primeros cristianos, pues en un discurso memorable el apóstol Pablo dijo: “E hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra, y decretó los tiempos señalados y los límites fijos de la morada de los hombres” (Hechos 17:26). Así, varios siglos después, los siervos de Dios entendían cuál era en sí mismo el propósito del hombre: formar una extensa familia humana y trabajar para mantener la Tierra, su hogar. En verdad, al final de la vida muchas personas de personas lamentan, aun en situaciones extremas, no haber formado una familia o no haber dedicado el tiempo suficiente a cuidarle, en caso de haberla tenido. Por más éxitos y prosperidad que hayamos alcanzado, ¿no es verdad que siempre queremos compartirla con nuestra familia?
Trabajar duro para dar inicio y mantener una familia es un deber impuesto por Dios. Por eso, el ser negligente en este campo (así seamos exitosos en otros) nos acarrea la censura de la sociedad y la desaprobación del Creador (Léase 1 Timoteo 5:8). Y en la Biblia abundan los consejos para edificar, en todo sentido, una familia de éxito, un reflejo del interés de Dios en guiar al hombre en tan ardua tarea encomendada (Compare con Efesios 6:1-4). Si aplicamos correctamente toda esa sabiduría revelada podremos decir obtener el gozo que resulta de una tarea bien hecha (Léase Proverbios 23:22-25).
¿Adónde vamos?
No cabe duda que el ser humano se interesa por el futuro. Por tal razón, como la muerte es una realidad constante siempre se pregunta: “¿Qué pasa después de ella?” Aquí, la Biblia desde su mismo principio es clara. Veamos cuál sería el futuro del hombre, según Génesis 2:17: “Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás”. La muerte sería el justo castigo si resultaba infiel o desobediente. Entonces, ¿cuál sería su premio si obedecía?: La vida eterna, algo que Jehová no ha olvidado (Léase Juan 3:16; 17:3)
El mismo libro de Génesis nos dice que cuando el hombre desobedeció (Léase Génesis capítulo 3), volvió al mismo estado que estaba antes de ser creado: la inexistencia, porque antes era polvo del suelo y retornó al mismo estado (Génesis 3:17-19). Y así concuerdan otras partes de las Escrituras: Salmos 146:3-4; Eclesiastés 9:5-6, 10; Isaías 38:18-19). Jehová, el Creador, nunca le dijo a Adán que subiría al cielo en un tiempo en el futuro, o que sufriría eternamente en un fuego castigador por la eternidad si desobedecía. Adán desobedeció y al pecar recibió la sentencia declarada: la muerte (Compare con Romanos 5:12; 6:23).
Como vimos, la Biblia responde de modo sencillo pero contundente las tres preguntas fundamentales que la humanidad formula a través del tiempo. Y aunque quedan muchos detalles pendientes, tenga la plena confianza que la Biblia también responderá a esas nuevas inquietudes o interrogantes. Le animamos a, primero, leer toda la Biblia (Léase 2 Timoteo 3:16-17), y, segundo, a escudriñarla cuidadosamente mediante un estudio regular de ella (Léase Hechos 17:10-11).