Te fuiste callado, como viviste
una noche oscura de septiembre;
solo, postrado sin nadie que te nombre;
sin poder decir a nadie cuanto amaste,
cuantos sueños, hoy muertos, te forjaste;
sólo queda esa palidez que te reviste.
Es mi promesa, jamás he de olvidarte,
pues siempre lo bueno de ti me mostraste,
aunque batallas mil, en tu interior libraste.
Duerme tranquilo el sueño que hoy te atrapa,
destino cruel e injusto del que nadie escapa,
Quiera Aquel que es Santo recordarte.
Cómo olvidarte, no podría querido amigo,
si allí, al pie de tu féretro tan blanco,
quien te dio la vida, y de modo franco,
me dijo que fui para ti un segundo padre;
y viendo el dolor y el llanto de tu madre,
aborrecí el vacío que llevo, y que vivirá conmigo.
Me fuiste cual un hijo muy amado,
con poco, lo sé, no te contentabas;
por eso cuando tú me preguntabas,
yo sereno, sin darte fáciles soluciones
con preguntas, citas e ilustraciones,
llenaba tu ser del conocimiento ansiado.
Mas no era mío el mérito, en absoluto;
sino que Áquel que corazones pesa,
con pureza, jamás en maldad aviesa,
nos daba la fuerza y así aprender,
todo lo que cabe comprender,
para ante Él mostrarse impoluto.
Duerme, duerme, que nada te despierte
sólo la voz de Arcángel que a nada teme,
que en el postrero Día, todo el que duerme,
saldrá de nuevo a la vida, contento, dichoso;
estaré allí, eso confío, atento y muy ansioso,
para abrazarte, guiarte y otra vez quererte.