Si puedes mantener la cabeza en su sitio
cuando todos la pierden –y te culpan por ello–;
si confías en ti cuando los otros
desconfían –y les das la razón–;
si puedes esperar sin cansarte, si no
mientes cuando te vienen con mentiras
ni odias a los que te odian y, aún así,
no te las das de santo ni de sabio;
si sueñas, sin llegar a ser esclavo
de tus sueños; si piensas, pero no te conformas
con pensar; si te enfrentas al Triunfo y al Desastre
y das el mismo trato a esos dos impostores;
si soportas que tuerzan tus palabras
para embaucar con ellas a los tontos;
si se rompen las cosas a las que has dedicado
tu existencia y te agachas a rehacerlas;
si juntas todas tus ganancias para
jugártelas a cara o cruz, y pierdes,
y vuelves a empezar de nuevo, una vez más,
sin mencionar siquiera lo perdido;
y si tu corazón, tus músculos, tus nervios
cumplen incluso cuando ya no son
lo que eran, y resistes cuando ya no te queda
sino la voluntad de resistir;
si hablas con multitudes sin perder la honradez
y paseas con reyes sin perder la humildad:
si no pueden hacerte daño tus enemigos
–tampoco tus amigos– y todo el mundo cuenta
contigo –no en exceso–; si no desaprovechas
ni un segundo de cada minuto de carrera,
la tierra y cuanto en ella existe es para ti;
hijo mío, serás lo que se dice un hombre.
(TRADUCCIÓN de José Manuel Benítez Ariza)
[Tomado de ElPaís.com]